TREN NOCTURNO (3)

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TREN NOCTURNO (3)

(basado en una historia real...
                                como las malas películas)

Ella viaja sola. 7:30 de una tarde típica de Gijón, con su manto nuboso blanquecino. El convoy va casi vacío. Es una casi noche ya de junio; dia lunes, laborable, poco dado para disfrute u ocio.
Él viaja solo. Ha llevado una frugal cena que no espera a comenzar el recorrido para paladear. Mira con cierta melancolía la triste soledad de la estación: estampas ferruginosas, óxidos de tiempos pasados, hierbajos que crecen entrevías, maderas inexplicables yaciendo en lugares diversos, machas oleaginosas, almacenes como cementerios olvidados por la vida, vagones desechados con puertas rotas en aberturas que recuerdan un paisaje tras una batalla... apenas un operario con su mono azul de trabajo salpicado de manchas oscuras.
Ruidos de puesta en marcha, voces y risas. El viaje hasta el Mediterráneo va a iniciarse en breve. Medio día solar de viaje; media noche de recorrido peninsular más o menos insomne por delante. Él termina su solitaria cena anticipada con unos ricos pastelillos. Se sienta y saca su libro; organiza su tiempo y espera que finalmente nadie perturbe su ansiada soledad en el compartimento, así podrá tumbarse con la limitada comodidad de las butacas vacías.
Se escuchan unas pocas voces masculinas en otros vagones. Sale a mirar al estrecho pasillo. Gijón en sus afueras, gris y macilento. En medio una mujer de mediana edad reposa sus brazos cruzados en el alféizar de la ventanilla. Intercambian unas rápidas e impersonales miradas. Es una mujer de mediana edad, de cabello negro y largo con un vestido elegante. Ls espera termina y el convoy se pone en marcha. Él vuelve al compartimento, cierra la puerta corrediza, se sienta cómodamente con todo el espacio a su disposición, saca su libro y se pone a leer. Entonces la puerta de abre y la mujer aparece. Tras un saludo cortés, ella le dice si puede venir y viajar junto a él. Aunque no le apetece mucho, no encuentra razón modo de evitar que su paz y tranquilidad viajera sevea inoportunamente perturbada.
Al momento, la mujer regresa con un par de maletas. La ayuda a subirlas al anaquel superior y ambos se sientan. El tren sale ya de las cercanías de Gijón. El paisaje se hace rápidamente bucólico, con el verde paisaje asturiano, las montañas lejanas, las vacas y caballos en las planicies y ese algo de gris mineral, rocoso que se desprende de cada vista.
Gracias, dice ella, en el otro compartimento van dos hombres y prefiero ir contigo (así, directamente, sin tratamiento). No hay problema, aquí no viaja nadie más. ¿Dónde trabajas?, pregunta ella. Al final, en Barcelona-Sants, responde. Con una sobrio dice que ella también. Ha hecho un viaje familiar a Gijón y regresa a Baleares con parada en Barcelona.
Efectivamente, se trata de una mujer de unos cuarenta y pocos años, tiene una mirada indagadora y denota un gran conocimiento de gentes, con bastante mundo recorrido; destila una agradable simpatía y la conversación se hace amena. Gijón ya queda atrás. Saca un bocadillo y bebida, ofrece al hombre que declina: "ya comí, gracias". Ella toma el bocadillo como cena. Termina y se ausenta al aseo. La noche ya está cerrada y oscura. Los pueblecitos aparecen y desaparecen rápidamente, las típicas aldeas asturianas, apacibles, con sus típicas paneras y hórreos, se suceden entre las bocinas de la máquina del tren y el traqueteo intimista. Lo que transmite el viaje por ferrocarril es inigualable; es una fusión de almas entre viajero y medio de transporte.
Ella vuelve y se sienta del lado de la ventanilla, frente a él y reinicia una conversación que ahonda más que la mera conversación insubstancial. Se trata de una mujer inteligente. El hombre comienza a sentir una cierta atracción por la belleza serena de ella. Entte el intercambio de opiniones, preguntas y respuestas de intercalan pausas. Las miradas se cruzan, ocasionalmente en el reflejo del cristal de la ventana.
Ya es medianoche y ella le pregunta si quiere dormir ya. Sí, responsable de él. ¿Apagamos la luz?, pregunta él. Sí, por favor. La luz tenue del pasillo ilumina el compartimento. Él cierra las cortinillas. Ella se ha tumbado a lo largo de las tres plazas de los asientos. Él hace lo mismo. Ambos se cubren con sendas chaquetas.
Cuando él despierta, ella está mirando por la ventanilla. "Buenos días", le dice ella y él corresponde al saludo. Ya queda poco, le indica. Él ve paisajes familiares. "¿Vamos a la cafetería?", dice la mujer. Él prefiere quedarse y ella marcha sola a desayunar. Cuando regresa, ya muy cerca de la llegada. Le explica que le quedan cuatro horas hasta embarcar con rumbo a Mallorca, donde irá directamente a uno de los hoteles que regenta junto a su marido. Le dice que para darle las gracias por la compañía nocturna le invita a almorzar. Él se azora; lleva consigo un dinero que debe depositar en un banco a la mayor brevedad, y declina de inmediato la invitación. Ella no esconde su decepción. Él siente que está perdiendo una oportunidad: una chispa interior ha destellado en su interior; sabe que su relación de pareja está consumida por el tiempo y los sucesos, pero sigue manteniendo un status de fidelidad incomprensible. Tiene dudas sobre qué hacer. Mira a la mujer, que le gusta y le parece atractiva e interesante. Cobfirbacsu determinación.
El tren llega a la estación de Sants. Él la ayuda a bajar las maletas. Se despiden en el andén con un beso. Mientras se aleja hacia la superficie siete algo roto en su interior y una masa gris se apodera de su ser más. En el futuro lamentará profundamente no hacer aceptado una invitación a la vida cuyo destino habría podido abrir las puertas a un sendero con luz, fuera de rutinas autoimpuestas, de parar el péndulo.
Luego, ya fue muy tarde y el sendero se bifurcó. El perdió el camino y fue otra persona de la que pudo ser.
En alguna parte William Shakespeare escribió que los largos viajes traen nuevos amantes. Debería haber añadido que los nuevos amantes vienen de un viaje largo.


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