Benjamín J. Green
Un eco en la selva del silencio
Antes de regresar a mi morada final en la soledad del desierto, quise cruzar la selva por última vez. Al recorrerla me sorprendió encontrar a muchos otros caminantes, que como yo, iban absortos en sus propios misterios. Un día, de entre ellos un hombre se detuvo frente a mí, para preguntarme lo que yo estaba pensando, y luego escuchó atentamente la respuesta que apenas le pude redactar, y con la mímica de mis propios gestos me dijo que sonaba interesante. El hombre que caminó algunos pasos más, paralelamente a mi camino, dijo antes de despedirse llamarse Benjamín J. Green. Tiempo después me di cuenta que en aquel encuentro me dio algo inesperado: me hizo recordar que el abismo de la soledad se podía cruzar.
Para mi fortuna Benjamín volvió a encontrarme varias ocasiones para pintarme con el alegre color de su breve compañía. A destiempo como acostumbro, acordándome de sus palabras, descubrí que concentrándome en escucharlo, nunca le pregunté por ejemplo ¿por qué se llamaba Benjamín?, ¿Acaso, como el más pequeño de los hermanos del soñador, el más querido de su padre?, nunca como el desorientado graduado que encuentró su destino en el hastío de la madre y la rebeldía. Ademas te hiciste acompañar del verde la selva que caminamos y el de las praderas del relámpago donde los hermanos, encontraron el sosiego de los relatos fantásticos. Pareciese que saliste de entre nuestros niños, que para Saint Exupéry, son el único público digno. Te llamaste, extranjero y refugiado, pero tú eres refugio de los exiliados. Los ecos acuden a ti y te das tiempo de resonar con ellos. Decidiste unirte a los prófugos de la letra, pero nosotros prófugos te encontramos a ti, para no huir.
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