El peregrino
Almacenas tanta agua de lluvia en las entrañas...
Viste llover. Lejanas tormentas. Amas el cielo obscuro, las nubes blancas que lo rasgan. No temes a la tormenta ni al vengativo rayo que les niega la revancha, si mueres. Émulo, en pequeño, de Prometeo, te sientes tan a menudo como Sísifo...
Hay un alma en tu alma, tan distinta de aquellas de las que hablan. ¡Quebrando el espinazo de la noche! En la montaña te refugias, exiliado de pueblos cabizbajos, peregrino abandonado. Te niegan lo que es la vida, el susurro abierto de los cuerpos, ¡ese tacto! La sensual esencia de la ruptura de los pactos del sometimiento. ¿Se pueden mirar las estrellas (y verlas) con los ojos cerrados?
Te tiendes en la siesta de la abulia para apaciguar las tormentas. Ya no reclamas chispas de hacha. ¡Ay, aquellos que temen la lujuria de los cuerpos a la abierta luz de las mañanas! Refugio de monasterios sin nombrarlo. Desde el cerro, detesto el olor de los rebaños.
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