Ahora, que estamos viviendo una fiebre de películas hollywoodienses y una invasión de series de enfoque distópico (tal vez como escapismo a un mundo cada vez más amenazador, inseguro y desagradable), frente a esas distopías catastrofistas sea más importante la recuperación de una visión más inteligente y profunda de la ciencia ficción, de las proyecciones futuristas y de los retos que las nuevas tecnologías electrónicas plantean ante el género humano.
Entre los anteriores escritores de ciencia ficción, destaca la prolífica y extensamente variada obra de Isaac Asimov, cuyas sagas futuristas engarzan con su visión divulgativa de la ciencia (aparte de otras vertientes como la historia, a la cual dedicó varios volúmenes).
Respecto al género de ficción científica, en Asimov destacan, se podría decir, dos círculos concéntricos que conforman un verdadero universo de la visión asimoviana, robots e Imperio galáctico. Son harto conocidas las aceptadas por todos los escritores del género tres famosas leyes de la robótica. Creadas por este genial creador para ajustar su futura sociedad ante la imparable convivencia entre humanos y los androides.
En Robots del Amanecer, fabuloso juego de palabras, propio de una mente literaria como la de Asimov (injustamente menospreciada por los santones de los cenáculos elitistas que dominan el panorama de la cultura de nuestra sociedad mercantilista), sumamente sugerente en varias direcciones, el escritor aborda, entre otros elementos, dos fundamentales. En el marco contextual de un imperio estelar desarrollado, con fuertes enfrentamientos entre mundos galácticos aspirantes a la hegemonía, con tintes racistas que nos deberían hacer reflexionar sobre situaciones contemporáneas, Asimov plantea la cuestión de si el intrínseco desarrollo de la inteligencia artificial (¡ay, tan de moda en la actualidad!) puede conducir a una ulterior contradicción antagónica entre robots humanoides y auténticos humanos; como contrapunto y continuación de esa perspectiva, Asimov subjetiviza el tema con un sesgo impensable en su aparente visión timorata de las relaciones de género, en prácticamente toda su obra de ficción futurista (a la que él mismo se refiere en una recopilación de relatos grupada bajo el título Estoy en Puertomarte sin Hilda): las relaciones sexuales y amorosas entre seres humanos y sus creaciones robóticas.
Como se ve, el tema contempla amplias posibilidades de análisis que superan cuestiones de ciencia o tecnología. Nos hace abordar cuestiones filosóficas, de moral social, sobre qué es la verdadera sexualidad para los sapiens, cómo es, qué constituye el placer y las relaciones físicas y psicológicas, emocionales, la inteligencia, la superación de tabúes, etcétera.
Para no alargar este texto, señalaré finalmente que Asimov también gira en esta novela, que ánimo a releer, en torno a otra de sus aficiones literarias, el género policiaco con unas turbadoras preguntas de derecho judicial, ¿un robot es un ser viviente? ¿puede morir un robot, puede considerarse un asesinato la muerte de un androide provocada con fines criminales?
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