Rozar el cielo, palpar la tensión, tocar fondo
Por Lena
Enviado el 11/08/2013, clasificado en Reflexiones
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Así, como quien no quiere la cosa, rozas el cielo (rozas, porque no vas a permanecer en él). La yema de tu dedo se distrae, se ilumina, se divierte de verte tan lejos. Envidias la yema de tu dedo que ahora disfruta algo en lo que tú nunca podrás sumergir tu cabeza con tus sucios pensamientos. Pero se ilumina, sabes que algo bueno pasa, sientes algo bueno, algo bueno queda, te place, te completa desde dentro y se instala, aunque sabes que ahora es tu yema quien te tiene a ti y no a tú a ella como parte de ti. Ella te acerca, porque ella está, y tú te dejas llevar, porque quieres llegar.
Alguien te tira de las orejas y los pies, desinserta tu yema de su espacio inestable y ya no se ilumina, ahora solo señala a ese individuo. Tú, tú, tú (tú otra vez, tú ahora, tú por qué). Aún alcanzas a ver tu huella en una nube, un pequeño hueco en el cielo, un sitio por donde podría desinflarse el mundo hasta volverse del revés.
-Cae conmigo. Tropieza con mi pie, desata tus cordones, desataré los míos.
Palpas la tensión. Ahora sí. La intuyes tan de cerca que los vellos de tu piel se despiertan y se desperezan, como marcando una distancia con ella, como protegiendo tu espacio vital. Desatas tu zapato, caes. Te quedaste sin zapato. Te quedaste sin cielo, te quedaste con el vello levantado y en mala compañía.
Tocas fondo. Tus pies están sucios, tu dedo está sucio, probablemente tu cara esté sucia aunque no alcances a verla, y tú, tu ego, tu fuerza, tu voluntad están sucias. No sabías que en realidad tenías algo que perder. Tal vez ahora estás apreciando otras texturas, otros cielos.
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