El desesperante paso del tiempo

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Puede resultar desesperante sentarse a mirar cómo bajan los granos de arena en un reloj, incesantes y dolorosos. El estrecho cuello de cristal... La ley imparable de la vida.
¿Sabemos valorar el tiempo? Nos enseñan a valorar muchas otras cosas. Cosas mesurables, pesables, contables, invertibles, convertibles, comprables, vendibles... Pero el tiempo... Y, sin embargo, todas las anteriores no son sino tiempo dedicado a crearlas.
¿Sabemos valorar la única posesión real que tenemos? Sólo tenemos tiem-po, TIEMPO. El más valioso bien que poseemos las personas. NUESTRO tiempo. Nuestro tiempo de vida. VIDA. VIVIR. Y al igual que el martirizante paso por el estrecho cuello de vidrio: ¡de escapa! En innumerables absurdidades, intereses, compras, horas de trabajo, caravanas en carreteras y autopistas, conversaciones banales, cenas y comidas forzadas, relaciones que se marchitaron, enfados por cosas intrascendentes.
Un grano. Otro grano. Otro más. ¿Te das cuenta de cuántos han pasado en este "tiempo"? 
Hay una diferencia muy grande entre el reloj de arena y los seres humanos. Al primero le podemos dar la vuelta, y volvemos a empezar; a nuestra vida únicamente podemos "darle la vuelta" con la consciencia de cada acto.
¡Cuántas caricias perdidas que no disfrutaremos! ¡Cuántas miradas cómplices, secretas, compartidas, ardientes, satisfechas no gozaremos ya! 
Pero queda mucho por vivir. Para vivir, hay que tomar nuestro reloj de arena y ponerlo en horizontal. Desnudarnos, estirar las velas, oler el agua salina, empujar la nave, cerrar los ojos y sobre todo... tomar las manos y cogerlas, sentir esa piel soñada que llegó al fin, susurrar cuentos, ver las estrellas, sentir el espasmo violento del placer, no temer a la verdad. Somos dioses cuando decidimos qué hacer con el tiempo que nos resta por vivir. Arrepentirse no sirve de nada. El destino es el conjunto de las decisiones que tomamos.
No nos resignemos a la pasividad de una espera asesina del tiempo.

( viernes noche. Releyendo a M.)


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