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Sin el faro de tu costa, la negrura de mi noche esparciría cenizas frías, y no lava ardiente desparramándose desde la proa mendicante de un peregrinaje olvidado en un barco frágil, el mío, que imploraba avistar tu cuerpo de sirena, distinguible de todos los seres de este mar. Sin tu faro no podría sentirme vivo y en la liturgia diaria del sendero marino encrespado de olas espumeantes.
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