Cabalgando con lagartijas
Por Tarrega Silos
Enviado el 11/08/2013, clasificado en Infantiles / Juveniles
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Sobre los "omóplatos" de sus patas delanteras de músculos poderosos, desesperadamente me sujeté para no caer, mientras su galope comenzaba. Supe que en segundos, sobre esa trepidante lagartija tornasolada y parda, cruzaría el jardín que se había convertido en un inmenso paisaje amazónico.
Con medio cuerpo flotando en el aire, apenas lograba mantenerme sobre la espalada de la lagartija, cegado intermitentemente cada vez que nos descubrían las sombras de las hojas, exponiéndonos al intenso sol. Una multitud de sonidos desconocidos llegaban hasta mí, cuando vibrantes tomamos impulso para saltar y trepar por una altísima barda cuyo final se perdía en el cielo azul. Aferrado a las escamas de aquella piel parda y áspera que no cesaba de sacudirse, levanté la vista para descubrir que un ave nos acechaba codiciándonos como alimento. Percusiones de una batucada brasileña, me parecían los extraños sonidos circundantes de aquella selva que por un momento desapareció cuando llegamos hasta una gigantesca hiedra. Entonces mi corazón suspendió su latir y mi estómago comenzó a flotar, cuando saltamos con reflejos violentísimos, para salvar la distancia entre las flexibles ramas de la hiedra, a las que la lagartija se aferraba con sus enormes garras, al tiempo que en una pequeña pausa, superaba la destreza de un rápido insecto alado que se cruzó, para sin dificultad devorarlo. Inmediatamente reanudamos la marcha a un ritmo imposible para cualquier vehículo humano, avanzando en aquella impenetrable selva a veces horizontal, a veces vertical. Cambiábamos de dirección tan rápido que yo estaba totalmente desorientado entre los intermitentes claroscuros, con mi agitado cuello apunto de la contractura, cuando una vez más, al compás del más acelerado ragtime, el efecto doppler del zumbar de una mosca desapareció implacable entre las fauces de la lagartija, que se llenó en un destello con un bocado volador de enormes ojos y afilados aguijones. Entonces llegamos a la cúspide de la barda a una velocidad que me pareció imposible atenuar, instantáneamente la poderosa lagartija, se prendió de la irregularidad de la barda, y se detuvo sin dificultad. En cuanto a mi, la inercia giró mis piernas mandándolas por delante, arrancando mi limitado cuerpo humano de la espalada de la lagartija, con un estilo que ningún ninja podría imitar, en una violenta rotación aérea, que se fue deteniendo hasta dejarme casi en reposo, para luego comenzar una caida al vacío que aumentaba mi velocidad hasta la locura. Solo entonces conocí el verdadero poder de la aceleración gravitatoria. Pronto el viento en mi rostro me impedía respirar o abrir los ojos. Solo podía tratar de imaginar que tan doloroso o mortal sería el encuentro con el suelo. De repente mi cuerpo dejó de responder y mis sentidos se desconectaron, silencio y oscuridad me envolvieron. Completamente inmóvil sentí que mi cuerpo yacía en el piso, y lentamente reconocí la suela de mi zapato lastimando mi mejilla, luego (para mi sorpresa), la textura de un tapete y después la de un pijama. Si, había caído de mi silla favorita. Selva, y lagartija irremediablemente se habían desvanecido junto con mi sueño, dejándome una vez más en mi solitario estudio.
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