La debilidad de Elena

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Tren nocturno (5)
(la debilidad de Elena)

Elena mueve el visillo ligeramente. El rápido hace sonar el aullido largo y penoso, como un lamento. En la lejanía, el metal desplazándose con una fricción sonora: 
Troc-troc, troc, troc-troc-troc, troc, troc-troc
Troc-troc, troc, troc-troc-troc, troc, troc-troc
La luz frontal ha pasado como si fuera el haz luminoso del fanal de un faro; también presenta un giro similar por efecto de la curva de la vía. La velocidad del convoy se desliza sobre la vía y hace saltar chispas entre rueda y rueda. Un sonido leve, chisss, chippp, chisss, chis... se eleva también desde los cables de la tensión de la máquina y se comunica al resto de los vagones. A Elena le maravilla siempre, desde la infancia, el choque de hierro contra hierro. El dios Thor debía ser el patrón del ferrocarril. La cortina luminosa de las ventanas del tren pasa ante sus ojos como  el raudo y veloz paso de las viejas películas por una pantalla mural. Dentro viajan situaciones, personas; sus condiciones, problemas, esperanzas, vacilaciones, arrepentimientos, deseos, decisiones aplazadas, pasos equivocados, memoria y recuerdos encendidos. Los viajes melancolizan los corazones. Los viajes en ferrocarril son muy distintos a los viajes de la aviación, fríos y tecnológicos; el tren y el viajero forman una unidad espiritual y, hasta cierto modo, el pasajero constituye una parte necesaria del ferrocarril. Un tren vacío es un ente muerto, sin alma, inútil. El pasajero no toca el avión, no se funde con él; es siempre un ser ajeno, como el ocupante ocasional de una habitación en un hotel de carretera. En el fondo de su corazón pervive siempre un temor: el viajero y el avión desconfían uno de otro; el tren y el viajero son un sólo ser mientras dura el viaje (incluso después permanece un lazo entre el tren, el viaje, el viajero; sus recuerdos le llevan automáticamente al colosal conjunto de hierro sobre el camino de hierro, con cuya melodía sus pensamientos intimaron todo el viaje. El pasajero mantiene una conversación consigo mismo en la que el traqueteo y el movimiento oscilante de los vagones hace un papel, el de fundir las ideas con la vista del paisaje. A diferencia del viaje aéreo, el viaje en ferrocarril se hemana con el paisaje por el que transcurre el recorrido. Se hace un sólo ser, como el centauro. Pero el tren ha resultado ser un ser inmortal, resistente a todos los atentados de una modernidad artificial y enajenante.
Elena reflexiona todo eso aún cuando ya el rápido nocturno se ha perdido en lontananza. Y, después, con una taza de té caliente entre las manos, experimenta un placer interno, entrañable que la une con su infancia. El tren, su debilidad.

 

(Dedicado a quien lo inspiró)


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