Cuando era una persona normal, podía pensar en paz. No reaccionaba exageradamente a cada infortunio que me ocurriese o encontraba respuestas drásticas, me lo tomaba todo con calma. Tenía dominio sobre lo que pensaba y dejaba que me afectara solo aquello que me ayudara a crecer como persona.
Recuerdo que era muy segura de mí misma, a pesar de estar pasando por uno de los momentos en los que dieron origen a mi trastorno. Tenía mi propio estilo, uno fuerte y con mucha personalidad, lo exhibía al mundo y me daba igual qué pensaban las personas, porque yo me sentía muy bien así. Tenía metas, proyectos y no podía pensar en otra cosa que no fuese cumplirlos, estaba muy enfocada en mí misma, en mi progreso personal.
Los hombres no cabían en mi prospecto del futuro, en mi vida. Sabía que no estaba lista y que no valían la pena como para dedicarles mi tiempo. Y hacía muy bien, no me había equivocado.
Extraño tantas cosas de cuando era una persona normal, añoro tanto volver a aquello, que al momento de compararme con mi actual yo, me averguenzo. Tengo como una laguna mental entre los días que cambié tanto, y que pasé de ser alguien con su lugarcito en la sociedad, a alguien inseguro de sí mismo, cobarde y deseoso de la muerte, una persona oscura y llena de coraje. Antes, no le tenía miedo a los cambios, es más, los disfrutaba. Siempre peleaba por mantener fuerte los lazos que tenía con las personas que quería y estaba muy atenta a ellas para que jamás se alejaran de mi vida... Mirame ahora, estoy haciendo todo lo contrario. Las alejo para que no me vean así, tan descuidada, tan melancólica. Me resulta aún más doloroso de que ellas mismas se hayan percatado de mi ausencia de luz, aquella que tanto me caracterizara. No me gusta hacerlas preocupar, ni que desperdicien su queridísimo tiempo en una persona como yo. No lo valgo, no lo merezco.
Yo puedo esbozar una idea de lo que era mi mente antes, cuando era normal, pero no puedo recordar claramante cómo me las apañaba para no decaer tanto, cómo me defendía a la realidad, lo que pensaba para mí, sobre mí y llevarme al mundo por delante. Ahora es una neblina densa que me impide ver.
El vacío que sentí hoy, fue tan real como el de aquel sábado por la noche tarde, que estuve a nada de salir de mi casa sigilosamente y caminar por las calles vacías con los perros de las casas ladrado a mi paso apesadumbrado, y detenerme en las vías del tren. Fue tan real, que no puedo describir el terror que sentí, y que aún hace temblar mis manos, porque me sentí capaz de ponerle fin a todo esto. Lo peor de todo, creo, es que nuevamente es de noche, cuando lo paso fatal. Mi mente se siente arrinconada en este cuarto cerrado y apagado, que a pesar de su apariencia, es el único lugar en el que me puedo ocultar.
Las ganas de morir que me persiguen todos los días no hacen más que intensificarse, y ahí es cuando me pongo a recordar el pasado lindo, el pasado en el que disfrutaba vivir, de cuando era una persona normal.
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