Grego está desnuda de cara al espejo. Acaba de dejar la toalla de baño sobre la cama. Sus cabellos rubios caen planos y lacios, brillantes de la humedad de la ducha. Se peina con la cabeza inclinada a un lado; después, al otro. Su piel pálida brilla ligeramente por el reflejo de la luz de la mañana.
Entra Pauline y la mira detenidamente. Desde el espejo le sonríe Grego; no se gira, sigue pasando el cepillo de arriba abajo; recoge en el nido de su mano las puntas del pelo y las desenreda. Pauline se acerca por detrás y pone las manos en sus hombros. Su cabeza aparece en el espejo junto a la de Grego. Su cabello negro y encrespado forma con el de ella un contraste casi pictórico. Masajea ambos hombros a la vez, repasando las curvas deliciosas de los hombros. Besa el cuello y Grego entrecierra los ojos placenteramente. Los labios de Pauline descansan sobre las cervicales, inicia el descenso por la espalda en un circuito que repasa las vértebras, una a una hasta el sacro. Pauline sujeta a Grego por la cintura en el contorno de las caderas y se aprieta contra ella. Su monte de Venus se pega a las rotundas nalgas desnudas y presiona. El momento hace crecer la tensión sexual de ambas mujeres. El frotamiento es un lento vals que excita el sexo de Pauline. Ésta sube las manos por el vientre de Grego hasta alcanzar los pechos, que recoge en las palmas a modo de cazo y comienza a acariciar los endurecidos pezones rosados. Grego jadea. Pauline pellizca con delicadeza cada cono. Se frota intensamente en las lunas generosas de su compañera, baja las manos e inicia suaves caricias por ambas nalgas. Grego se inclina levemente, apoyada en el tocador. Los dedos de Pauline descienden hasta alcanzar el huequito redondo del ano; lo circundan y acaricia cada apretadita estría del ojito central, con un leve empujoncito que es recibido por Grego con un gemido prolongado. Abre las piernas para facilitar las caricias de los dedos en la entrada de ese placer menos común.
Las manos aprietan el culo y voltean por entre los muslos abiertos, acarician el abundante vello púbico y abren el sexo como si fuera una fruta delicada, una breva húmeda y caliente. Introduce dos dedos en Grego. Ambas jadean. Pauline redondea el túnel de la vagina repleta de flujo. Grego comienza a gemir y se contonea bajo el intenso placer de la masturbación vaginal. La otra mano acaricia el bulbo redondo del clítoris expertamente. Pauline besa el cuello y mordisquea los lóbulos de las orejas. Los dedos dentro del sexo penetran y salen rítmicamente. La respuesta de Grego es un eco sonoro, hasta que un sonido descontrolado da paso al orgasmo. Cuando se aplaca, Grego se gira y los labios se funden, las bocas se poseen, las lenguas se acarician.
Grego desabrocha el pantalón a Pauline y le baja las braguitas. Se agacha y le lame y chupa los labios del sexo. Pauline está depilada y la boca de Grego besa los labios pequeños, sorbe el líquido que ha brotado de la vagina de Pauline con deleite, lo traga. Abre la vulva y encuentra la perla caliente. Dispensa un cunnilingus lento y calculado, con pausas intermedias... Sin poder resistir más, ahora es Pauline la que con un chillido se corre y empuja su coño contra la lengua de Grego.
Ambas se dejan caer en la moqueta y continúan amándose como ningún hombre sabría. Ambas se conducen a un largo paseo de caricias y besos, volviendo a llevarse mutuamente a una serie de orgasmos, donde la suavidad y el amor están exentos de cualquier rasgo de prepotencia, de toda búsqueda de placer con sumisión disfrazada, sin tener que simular el placer que la tradición exige para satisfacer el ego masculino.
El nirvana del placer puro y compartido las une con el dulce lazo del amor en un renacimiento cotidiano de sí mismas para sí mismas.
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