De la concepción rutinaria del amor

Uno de los conceptos más baboseados es el del amor. Casi es un ente, en lugar de la manifestación, quizá la más bella de la grandeza del ser humano. En eso que llamamos amor, se funden toda una serie de elementos que no impiden que sea la más sublime muestra de la distinción entre los sapiens y el resto de la naturaleza conocida. Aunque está lleno de mitos, medias verdades y muchas, muchísimas mentiras.
El amor es una proyección del yo sobre el tú. Cuando amo me prolongo en ti; me hago parte tuya; te hago parte mía. Me reflejo en ti y obtengo un reflejo de ti en mí.
En esa proyección transmito mis necesidades,  ilusiones, esperanzas, fantasías, deseos; pero también una parte de frustraciones, dudas, vacilaciones, miedos, rutinas, toxicidades, gestos aprendidos, normas inculcadas..., porque somos seres individuales, y también sociales.
Es decir, que cuando nos enamoramos, menos que en otras manifestaciones del trato con los demás, nos vemos imposibilitados de ver al sujeto real; objetivizamos a la persona que amamos, la hacemos un objeto, en lugar de entenderla como un sujeto independiente de nuestras necesidades, ilusiones, fantasías, etcétera. Cuando se produce, y es inevitable, el choque entre la "idea" que creamos del ser amado y el ser "material" es cuando sobrevive la frustración y el desengaño, la pérdida de la magia  que forma una parte tan maravillosa del enamoramiento. Así surge el desenamoramiento, la tristeza, la tristeza y, a veces, la rabia de ver rotos nuestros sueños... también, tristemente, proyectamos esos sentimientos y reacciones sobre el ser al que amamos, como resultado de nuestra autodefensa y amor "propio"
La profundización de la correcta y amplia concepción real de los fundamentos del amor no es óbice para impedir que nos arrojemos en brazos del amor como lo más precioso de nuestro tiempo de vida. Como decía Aurora boreal en una de sus publicaciones tan profundas: el amor es la vida. Com-par-ti-do