McMurphy vive

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McMurphy vive________________


En la sorprendente novela Alguien voló sobre el nido del cuco de Ken Kesey, el escritor nos presenta al personaje R. P. McMurphy, un rebelde vitalista marginado por el sistema, al que la maquinaria represiva trata de aislar de la sociedad. Tratando de escapar de las afiladas garras punitivas de la ley preservadora, McMurphy consigue astutamente que le trasladen, con carácter valorativo, a otro tipo de prisión del régimen, una institución para enfermos mentales, donde intentará pasar el tiempo de reclusión de manera menos lesiva.
Ante los ojos de McMurphy aparece una realidad que se revela incluso mucho peor que la represión carcelaria común; en realidad un microcosmos sádico y también masoquista, reflejo de la sociedad dominada. El cíclope guardián del recinto resulta ser una autoridad represiva con un marcado carácter castrador, que instantáneamente considera al recluso un enemigo infiltrado al que supone una amenaza para su tiránico poder incontestado y absolutista.
McMurphy pronto comprende que su estrategia se está volviendo contra él y tratará de conseguir espacios de libertad como forma de supervivencia. La despótica maquinaria represiva sólo ha cambiado de rostro, pero sigue su labor de aplastamiento de cualquier signo de rebelión contra las bases del sistema. McMurphy se convierte en un resistente que va ganando adeptos contra la tiranía cruel que controla la institución y, finalmente, es destruido de una manera mucho peor que la pena de muerte; un crimen legal a sangre fría por otro crimen igualmente legal a sangre fría: sufre una forzada lobotomía que le convierte en un ser vegetal. El sistema y sus leyes represivas logran suprimir al elemento, que consideran altamente pernicioso para su mantenimiento. Pero han convertido a
McMurphy de héroe en un mito, aquí indestructible. Pronto, su trágica suerte le convierte en un ejemplo inmortal.
La novela de Kesey fue magníficamente trasladada a guión cinematográfico que recibió una crítica desbordante en calificativos positivos e importantes premios. Así, una vez más, el sistema demostró por segunda vez su capacidad para absorber y castrar cualquier oposición intelectual a nivel individual.
Sin embargo, al mismo tiempo, el éxito de la historia del rebelde R. P. McMurphy y la forma en que fue acogida por los espectadores no dejan de proyectar, sobre quienes detentan los resortes del poder, una sombra amenazadora: el sistema opresor, castrador y punitivo genera constantemente solitarios McMurphy cuya voz llamando a no aceptar las cadenas, puede llegar a muchos oídos receptores —(«¡Yo soy Espartaco!»)— y convertirse en cerebros y brazos que no puedan ser destruidos uno a uno.
¡El optimismo irreductible de R. P. McMurphy vive!


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