Alta Mar 1/2

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El mar siempre ha sido mi vida. Desde que era niño, recuerdo crecer con el sonido de las olas y el suave sonido del motor de los barcos. La pesca siempre estuvo presente en casa, pues mi padre era pescador y yo, desde que fui adolescente, era su fiel compañero cuando salía a la mar. Tanto fue así, que yo mismo terminé dedicándome a la pesca, más aún después de aquel trágico y maldito día.

Hace años que mi padre perdió la vida en la mar, una noche donde la luna estaba ausente, y una tormenta se desató casi sin aviso. Sus compañeros nos contaron que las olas sacudían el barco como un juguete, la lluvia y el viento hicieron el resto. Jamás pudimos despedirnos de él ya que su cuerpo lo reclamó el mar para sí, y yo, como un homenaje, seguí sus pasos.

Pero hoy… hoy ya no me atrevo a salir al mar, no después de lo que he visto. Sigo dudando de si aquello que vi esa noche fue real.

Luis y yo habíamos salido temprano a faenar, íbamos a pasar la noche en alta mar y regresar al día al siguiente sobre el atardecer. Nuestro objetivo era llenar la bodega de mi pequeño barco de una buena cantidad de bonito, era época de pesca y debíamos aprovecharla para ganar un buen dinero.

Sobre las 04:00 de la mañana zarpamos del pequeño muelle pesquero de Los Cristianos. La noche era cálida y la visibilidad era perfecta, la suave y cálida brisa marina del verano, nos acompañó, hasta que atrás el puerto a varias millas de distancia, al igual que varias gaviotas, que cesaron su empeño de perseguirnos.

Sobre las 06:00 habíamos llegado a la zona y comenzamos a preparar los aparejos para la jornada. El mar se encontraba en calma y los primeros rayos de sol comenzaban a dibujar el cielo. Nuestra técnica para capturarlos sería la de curricán, así dispusimos los señuelos en varias líneos detrás del barco y comenzamos a navegar despacio para atraer la atención de los grandes bancos que había por la zona.

Antes de que nos diésemos cuenta, la bodega de barco estaba ya a rebosar, por lo que tuvimos que volver a puerto para vaciar. Luis y yo estábamos más que encantados con la jornada, pero nuestra idea seguía siendo la mismo, volveríamos a salir al atardecer.

Después de rellenar de combustible el pequeño barco, comer y beber algo en los bares del muelle, decidimos descansar un rato a la sombra en uno de los bancos que salpicaban el paseo del muelle. Era hora de máxima actividad en el puerto, por lo que los barcos entraban y salían, cargando material y descargando sus capturas.

Pasamos buena parte de la tarde andando por el muelle, charlando de cosas banales con algunos compañeros de profesión, hasta que uno de ellos, el viejo Carlos, comenzó a desvariar.

Hablaba de cosas sin sentido, como siempre hacía tras pasar buena parte de la jornada dentro del bar. Cosas, como que hace días, mientras él y su barco estaban en alta mar por la noche, creyó ver algo en su barco. No supo describir su forma exacta, ni qué era lo que supuestamente había visto, solo repetía que era una forma extraña, de aspecto blando y viscoso, que iba acompañado de un gorgoteo. Luego sin más, el sonido de algo cayendo al agua y después el silencio.

Luis y yo no pudimos reprimir una mirada cómplice de ligera burla y pena a la vez. Todos conocíamos al viejo Carlos y su problema con la bebida, al igual que su imaginación desbordante, acompañada de un ligero grado de locura. Dejamos atrás sus desvaríos, preparamos todo lo necesario para zarpar nuevamente; esta vez, despediríamos al sol en alta mar, esperando llenar de nuevo la bodega de nuestro barco.

Unas horas más tarde habíamos llegado de nuevo a la zona de pesca, repetimos la misma operación que la vez anterior, con prácticamente el mismo resultado.

Lo noche nos atrapó en alta mar, por suerte, disponíamos de una luna que arrojaba su luz mortecina sobre el negro mar, encendimos los focos de mi pequeño barco y por fin dimos por finalizada la jornada. Lo celebramos tomando algunas cervezas en la cubierta, paramos el motor y disfrutamos de la noche y del silencio de la inmensidad oscura que nos rodeaban. Varias cervezas y algunas horas después, la naturaleza hizo su llamada, Luis y yo nos colocamos en la borda del barco e hicimos lo que teníamos que hacer.


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