EL VERDUGO DE LA REPRESIÓN

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       EL VERDUGO DE LA REPRESIÓN 


      —De los momentos cruciales a las 

             pérdidas dolorosas—

 

     Dominic Cooke dirigió en 2017 la versión fílmica de la novela Chesil Beach de Ian McEwan, quien llevó a cabo la adaptación a película de su pequeña historia.
La película prefirió elegir un final algo retocado como punto culminante del relato. Está bien, recoge el fondo dramático de la historia. Aunque algunos hubiéramos preferido que el pico dramático hubiera sido la dura discusión entre los protagonistas en el largo brazo de la playa de Chesil. La magnífica dirección y la belleza de las tomas en esa escena, la propia fuerza del argumento y la interpretación, difícilmente superable, hubieran llevado a una mayor reflexión crítica sobre una época que se movía entre la continuidad y la ruptura, a la espera de una nueva generación, que fue capaz de enterrar por completo las concepciones, los modelos y la misma estética rancia y esclerotizada con una nueva forma de entender el papel de la juventud y su particular semiótica.
Si en Mirando hacia atrás sin ira, de Tony Richardson, aborda el tema y la época de una manera distinta y rebelde, con la bandera de las esperanzas y el enfoque de los angry young men, en Chesil Beach la cosa es otra. Allí, hay acción enojada contra la represión del sistema, la exclusión de los jóvenes, la búsqueda y la conquista del amor como redención, aquí, más propiamente de la desesperanza de nuestros días, que entrega a la juventud a una parálisis desfuturizada (permitidme la expresión), a la perdida de toda esperanza bajo el predominio de la inculturación interesada por el sistema; a algo peor que la abulia: el anquilosamiento de las energías, el mensaje es la enervación y el desconsuelo, el hundimiento en la melancolía, el peso del resultado de las decisiones.
El drama que relata McEwan es el resultado directo de las ilusiones perdidas, de las necesidades abortadas, de la represión cultural y su colofón, la ignorancia sexual, la cultura del modelo del sacrificio contra la alegría del placer.
Edward y Florence son dos víctimas no particulares, sino una representación de una multitud de casos que quedaron sepultados bajo el silencio, la pudicia, el miedo y la vergüenza: la hipocresía falaz del sistema. El resto es la desoladora reacción de la impotencia, de la no comunicación, del dolor mutuo, de la exigencia de una responsabilidad imposible de asumir y el final una evitable calamidad, que en unas pocas horas destruye la fe en la construcción artificial de una relación efectiva basada en el cariño y el compañerismo, para esconder cualquier deseo ardiente de consumación del placer [(I can't get not) Satisfaction)].
A los protagonistas les falta una madurez imposible a su edad e imposible en su época, pero la responsabilidad y el verdugo de su unión es de la represión social. Se podría argüir que sin la impulsividad del orgullo dolido masculino y la paralización, la rendición acomodaticia y la bunkerización de la protagonista que podría haber cambiado la historia, superar el silencio cerrado de la incomunicación y haberse concedido la tregua de una segunda oportunidad, pero eso...es otra historia.
Estas sin mis impresiones sobre un relato que nos debe conmover y que deseo compartir.


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