EL JUEZ DE PAZ (EL SINCRONISMO) 1

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A principios de los años 60 del siglo XX Victor Castells era un joven alto y apuesto; oriundo de un pueblo marítimo del litoral catalán llamado EL MASNOU, el cual tenía una profunda vocación sacerdotal. El joven pensaba que el humanismo cristiano del que hablaba tanto la Iglesia; lo que hoy en día denominamos Justicia Social, se tenía que acentuar más en la vida cotidiana de su municipio y en particular en su ámbito familiar. De manera que cuando él vistiese los hábitos religiosos estaba dispuesto a ser un buen ejemplo para los habitantes de aquel lugar.

Pero asimismo este amor incondicional que Victor sentía hacia sus semejantes lo proyectaba en las gentes y en el paisaje de su región a través los excelentes poemas que solía escribir, ya  que Victor era además un enamorado del idioma de su tierra natal y de la literatura en general; de igual modo como un pintor lo es de los colores y de lo que hay a su alrededor. Pues a la tierra donde uno ha nacido se la puede amar de muchas formas, pero también se la puede enaltecer cantando cada rincón de la misma. No en vano el gran referente literario de Victor era Jacinto Verdaguer que había sido un sacerdote asi como un gran poeta nacido en el año 1840 y fallecido en el año 1902, quien había escrito dos obras maestras sobre Cataluña como eran LA ATLÁNTIDA y el CANIGO que es un macizo montañoso de la región, por lo que se le considera que es el padre de las letras catalanas. Mas a Victor también le llamaba la atención, le subyugaba el hecho de que aquel sacerdote-poeta se había volcado en socorrer a los más necesitdos de su tiempo y que incluso había practicado el exorcismo a quienes supuestamente estaban poseidos por el diablo. Victor no comprendía que aquel buen hombre fuese tan despreciado tanto por el obispado de su diócesis como por sus familiares. Y es que se da el caso que cuando un sujeto generoso, que sea coherente con sus principios humanitarios pone en evidencia el egoísmo de los demás..

Victor Castells fiel al amor que sentía por el folcklore, por el pálpito vital de su lugar de origen no perdía ocasión en ir a bailar sardanas algunos domingos por la mañana en una plaza de su pueblo cada vez que se celebraba un festival de aquel tipo. Sin embargo él no podía imaginar que en una de aquellas celebraciones una amiga de su grupo le presentara a una hermosa mujer morena de ojos azules llamada Helena que el místico poeta enseguida se sintió arrebatado por su espontánea vitalidad y por su contagiosa simpatía.

-Tú eres andaluza ¿verdad? - le preguntó Victor a aquella dama al percatarse de su peculiar acento del sur del país.

- Sí. Soy de Málaga. Pero hace ya unos tres años que mi familia y yo vivimos aquí - respondió ella risueña.

- ¿Y te gusta vivir en esta tierra?

- ¡Huy sí! Barcelona es estupenda. Pero me cuesta entender el catalán.

- ¡Bah! Esto se aprende enseguida. Verás que la gente de Cataluña es muy acogedora; aunque también hay tipos que viven muy cerrados en sí mismos. ¿Y a qué te dedicas si se puede saber? - le preguntó él.

- Bien. Soy dependienta de una perfumería muy buena de Barcelona. ¿Y tú qué?

- Estoy pensando en hacerme sacerdote - confesó Victor sin demasiada convicción.

- Vaya...

Tras una pausa en la que parecía que Helena se inhibía del trato con aquel sujeto, puesto que ella no se esperaba aquella revelación, para salvar el abismo que se había establcido entre los dos la malagueña comentó:

- Es muy bonita la música de la sardana.

- Sí. La sadana es la danza más bella de todas las danzas- respondió Victor eufórico y evocando la frase de un poema-. Como ves se trata de una danza circular en la que todos estamos cogidos de la mano como un símbolo de fraternidad. Se cree que su origen es de la época grecoromana y que fue adoptada por los pueblos íberos. Parece ser que esta coreografía se extiende en varias culturas tales como en Europa, América, Asia y Oceanía.

- Veo que estás muy enterado de éso.

Victor asintió con la mirada.

Desde aquel día Victor por más que lo intentara no podía desprenderse del recuerdo de aquella mujer tan guapa y tan simpática llamada Helena. Reultaba que la sensual armonía de su persona, su embrujo proviniente de aquella zona del sur de la península de influencia casi árabe se había adentrado sutilmente en el alma de aquel poeta.

Así que en lo sucesivo los poemas que Victor podía escribir ahora en lugar de dirigirlos al paisaje de Cataluña y al de sus habitantes en general se centraban en aquella única fémina llamada Helena.

Por tanto Victor, gracias a la información que le facilitó aquella amiga que le presentó a la malagueña acerca de la dirección de la perfumería en la que ésta trabajaba, él tomaba el tren y se iba a la ciudad a esperar a que ella saliese al término de su jornada laboral.

Al principio Helena se extrañaba de verlo siempre junto a la puerta del comercio esperando a que ella saliese, mas como también se encontraba muy bien en su compañía nunca le puso ningún reparo. Entonces Victor le recitaba algunos poemas dedicados a la joven, y ella sonreía complacida, halagada; pues en realidd a Helena le gustaba cómo escribía aquel singular hombre de fe. Y por supuesto se hacían confidencias de todo tipo. Hablaban de sus trabajos, de sus familias, etc. Pero un día la pareja fue a tomar un refresco en un bar de las Ramblas y en un momento determinado en que se hizo un revelador silencio, instintivamente Victor besó pasionalmente los labios de su acompañante.

- Creo que te quiero Helena - le susurró él.

- ¿Lo crees o estás seguro? - inquirió la mujer suspicaz.

- Sí. Estoy seguro.

- ¿Y lo del sacerdocio qué?

Victor agachó la cabeza penstivo y dijo:

- Debo de tomar una decisión.

                                                                            CONTINÚA


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