EL IDIOTA

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   En el "local" el alcohol es gratis una vez pagas el boleto de la entrada. El tipo era, ya me entiendes, del género yanqui: rubio, alto, guaperas, patas largas como una yegua de hipódromo, trasero lunar y los ojos ..., bueno del color que quieras, porque en la oscuridad de luces de colores que giraban, vete tú a saber.
Yo observaba desde el ángulo de la barra donde Rudie, la bella transexual de que te hablé la otra noche que lleva sus meses en el local, colocaba las copas bien cargadas a la espera, como una viuda negra, del encargo de las chicas. Le había hecho un gesto a Cristina y Eva, para que no se acercaran al pupitre del cowboy de esa noche. Cuando le vi a tono con la tarea, me acerqué . Llevaba un rato mirándome, así como con la imagen de un convencido de que las mata con su mirada y todo eso, ya me entiendes. Si pasaban las chicas por su lado, con el baile de sus caderas y el ritmo de sus tetas besando el tibio aire de la sala, los ojos se le iban de las entrepiernas rasuradas a los melocotones de los traseros. Se daba el aire de esperar para elegir. Comparaba los pechos, los culos y los arcos entre los muslos. Todas en bola parecemos más o menos iguales, así que poco hay para comparar, de verdad.
Por tanto, me fui hacia él meneando a cada paso los pomelos. Y él perdidos los ojos en la gruta de sus deseos. Los ojos parecían dos columpios pero desacompasados: estaba justo justo en el "punto". Me agaché para que el balanceo de mis tetas acabarán por ponerle en la fase exacta de la hipnosis. Le hice un gesto de invitación al baile de los dormitorios del piso de arriba. Le tendí la mano y él la alcanzó, a la segunda vez. La mano era recia y grande, áspera y nerviosa.
Cuando subíamos, Cristina le echó un vistazo de vieja bruja sabia a la parte del pantalón donde el bulto es visible. Cerré la puerta y él apenas distinguía donde estaba la cabecera de la cama. Le quité la camisa y le bajé el vaquero; le quité el boxer y el pájaro estaba dormido. Le tumbé del todo y trabajé el manubrio que apenas se enderezaba. La gimnasia manual no sirvió de nada; yo había elegido el momento perfecto. El tipo parecía que se iba aletargando como un castor en noviembre. Solté la colilla estropajosa y me alejé hacia la puerta. Ni se movió.
Salí del cuarto y bajé al salón. Esa noche no había movimiento. Eva se acercó y le guiñé el ojo.   Nos fuimos al tresillo rosa. Luego vino Cristina. Nos abrazamos cosquilleando los pectorales. Eva se puso en medio y Cristina y yo nos sentamos en la moqueta, una a cada lado. Se abrió como un compás. Eva le acarició los pies mientras yo me sumergí en el eje delicado del compás. Rudie pinchó Walk on the Wild Side mientras el paraíso iba abriendo el manantial de los placeres.


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