Diario de una mujer incomprendida - Parte II

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Después de tres semanas de haber terminado con Jorge, la vida había seguido su curso con una extraña normalidad. El trabajo en el ministerio continuaba tan monótono como siempre, pero ahora tenía un sabor distinto, una especie de liberación. Sin embargo, cada vez que terminaba mi jornada y salía del edificio en el centro de Lima, sabía que mi verdadera vida comenzaba. Estar con Andrés había sido una especie de renacimiento para mí. No había reglas, no había expectativas, solo el placer de vivir el momento, de disfrutar de lo que la vida tenía para ofrecerme sin cuestionamientos ni arrepentimientos.

Habíamos pasado esas semanas en una burbuja de pasión desenfrenada. No solo era el sexo, aunque debo admitir que eso seguía siendo lo que más me atraía de Andrés. Era su juventud, su vitalidad, esa sensación de peligro controlado que sentía cada vez que estaba con él. En su pequeño departamento, me olvidaba del mundo exterior, de mis responsabilidades, de todo lo que alguna vez había sido importante. Me olvidaba incluso de Jorge, cuya presencia en mi vida se había desvanecido tan rápidamente como había aparecido Andrés.

Sin embargo, todo cambió una tarde en la que Andrés me llamó para encontrarnos en un café cercano al gimnasio. No era algo habitual; solíamos vernos directamente en su departamento o en el gimnasio, pero no le di mayor importancia. Me senté frente a él, y tras un breve saludo, Andrés fue directo al grano. No hubo introducción ni preludio. “Carol, necesito decirte algo”, comenzó, su voz grave y seria. No supe qué esperar, pero algo en mí se tensó al escuchar ese tono, como si una parte de mi subconsciente supiera lo que venía.

“Mi esposa y mis hijos llegarán de Venezuela en una semana”, dijo, mirándome a los ojos con una mezcla de firmeza y algo que podría haber sido pena, aunque no quise creerlo en ese momento.

Por un instante, el mundo pareció detenerse. La palabra “esposa” resonó en mi mente como un eco, reverberando hasta que el significado completo de sus palabras me golpeó. Andrés tenía una familia, una esposa y dos hijos, y ellos estaban a punto de reunirse con él aquí en Lima. Sentía que no podía respirar.

“¿Esposa?”, repetí, mi voz sonando extrañamente ajena a mis propios oídos. No era una pregunta, sino una confirmación de lo que acababa de escuchar, como si necesitara oírlo de nuevo para que fuera real.

Andrés asintió, su expresión imperturbable, como si ya hubiera hecho las paces con la situación mucho antes de decírmelo. “Sí, Carol. Ella y los niños llegarán en una semana. No puedo seguir viéndote. Esto… lo que hemos tenido… tiene que terminar.”

Sentí una mezcla de emociones en ese momento: sorpresa, rabia, y una extraña sensación de traición, aunque sabía que no tenía derecho a sentirla. Había sido yo quien había roto las reglas primero, quien había buscado algo más allá de mi relación con Jorge, quien había elegido vivir sin ataduras ni compromisos. Pero esto, esto era diferente. Andrés no solo me había ocultado algo, había vivido una vida paralela a la mía, y ahora esa vida estaba a punto de invadir la nuestra, borrando cualquier rastro de lo que habíamos compartido.

“¿Por qué no me lo dijiste antes?” Mi voz sonaba tensa, controlada, pero en el fondo sentía que estaba al borde de explotar. Andrés me miró con esa misma calma que siempre había sido una de las cosas que más me atraían de él, pero que en ese momento me irritaba profundamente.

“No sabía cómo decírtelo, Carol. Esto no era parte del plan, no pensé que ellos pudieran llegar a venir, al menos no tan pronto. Además, tú y yo… fue algo que simplemente sucedió. Pero ahora ellos vienen, y mi vida va a cambiar. No puedo seguir viéndote. Sería injusto para ellos… y para ti.”

La lógica de sus palabras era innegable, pero eso no hacía que doliera menos. Me quedé en silencio, sin saber qué decir. No había nada que pudiera decir para cambiar la situación. Andrés tenía razón; su vida estaba a punto de cambiar, y yo no tenía lugar en esa nueva vida que estaba construyendo.

“¿Y qué pasa con nosotros?” Pregunté finalmente, sabiendo que la respuesta no me gustaría.

“Nosotros… lo que tuvimos fue real, pero no puede continuar. Tienes que entenderlo, Carol. No puedo seguir viéndote y tener una familia al mismo tiempo.”

Era un golpe directo al corazón, aunque nunca me había permitido pensar que esto con Andrés podría ser algo más que una aventura. Pero ahora, enfrentada a la realidad, la idea de perderlo me parecía insoportable. Había encontrado en él algo que había estado buscando durante tanto tiempo, y ahora, de repente, todo se desmoronaba.

“Lo entiendo”, respondí finalmente, mi voz baja y controlada, aunque por dentro sentía que estaba a punto de romperme. No tenía más opción que aceptarlo. Andrés había tomado su decisión, y no había nada que yo pudiera hacer para cambiarla.

La semana siguiente pasó en un borrón de rutina y desorientación. No quería ver a nadie, no quería hablar con nadie, trabajar se me hacía casi imposible. Solo quería estar sola, tratando de procesar lo que había pasado. Pero Lima, con su ritmo implacable, no me dio ese lujo. La ciudad seguía moviéndose, y yo tenía que seguir adelante con ella, aunque sentía que una parte de mí se había quedado atrás, atrapada en ese café donde Andrés me había dicho que todo había terminado.

Cuando finalmente llegó el día en que su esposa y sus hijos llegaron, supe que no había vuelta atrás. Andrés me envió un mensaje breve, agradeciéndome por todo, deseándome lo mejor. No respondí. No había nada que decir. Nuestra historia, esa aventura que había comenzado con tanta pasión, había llegado a su fin de la manera más abrupta e inesperada posible.

Pero, sorprendentemente, no sentí el dolor que esperaba. Quizás porque, en el fondo, siempre supe que algo así podría pasar. Quizás porque había aprendido a vivir sin expectativas, a disfrutar del momento sin pensar en el mañana. Andrés me había dado algo que Jorge nunca pudo: la sensación de estar viva, de ser deseada, de ser libre. Y aunque ese capítulo había terminado, no me arrepentía de nada.

¿Aprendí algo de esto? No lo sé. No creo que haya nada que aprender, más allá de lo obvio. Las personas vienen y van, las relaciones comienzan y terminan, y la vida sigue. No voy a lamentar lo que pasó, ni a preguntarme qué podría haber sido. Soy quien soy, una mujer que vive su vida a su manera, sin disculparse por sus decisiones.

Así que seguí adelante, porque no había otra opción, pero algo en mí había cambiado. Ya no buscaba en otros lo que necesitaba para ser feliz. Ya no me importaba lo que otros pensaran de mí. Había pasado por mucho, y sabía que sobreviviría a esto también. Andrés fue una parte de mi vida, una parte que atesoraré, pero que también dejaré atrás, como todas las demás.

Porque al final del día, lo único que importa es que sigo aquí, sigo de pie, y sigo viviendo mi vida sin arrepentimientos.

Fin.


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