El pozo de la sabiduría

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   EL POZO DE LA SABIDURÍA 
(cuentecillo a la manera de Nietzsche con un toque de Hesse)


     La caminante venía sedienta. Había recorrido muchas verstas por la dura estepa, con un panorama de desolación física y espiritual; escasos matojos, apenas unos arboluchos desrramados bajo la dureza del sol y, por toda vida animal, aparte de las molestias moscas, huidizas lagartijas que trataban de malvivir escapando de la sombra del vuelo de los arrogantes halcones que batían los cuatro vientos.
Al fondo un leve altozano. Le costó llegar con las plantas de los pies ardiendo y la hinchazón de los dedos. El cayado le brindaba la fuerza necesaria para llegar a la pequeña cima despoblada de vegetación, polvorienta y calva. Comenzaban a discurrir las pinceladas de algunas nubes; por fin la vanguardia  de las ansiadas tormentas.
Oteó al fondo y de derecha a izquierda. Distinguió una casucha, y a su lado un pozo. Más a la derecha, bastante alejada, la sinuosa serpiente de un río y al fondo de todo, por fin las montañas. Muerta de sed y de cansancio descendió hasta llegar al desolador lugar. La casa estaba deshabitada hacia tiempo, desahuciada en aquel paraje desolador. Fue hasta el pozo y desplazó la destartalada madera que lo cubría:alivio para los caminantes. Efectivamente, en el fondo brillaba el circulo oscuro del agua que relució un momento al paso de las nubes peregrinas. Arriba se desplazaban las volutas caprichosas, como panzudas chepas de camellos, otras dibujaban almenas de un castillo, una cuchara... un velero casi inmóvil: 
Las nubes, pensó y sus pareidolias fruto del abstracto pensamiento yuxtapuesto, una incierta interpretación del alimento de los sueños. Volvió a mirar el fondo del pozo. No podía resistir más la sed del largo camino. Junto al brocal, atravesando el grueso anillo de hierro, la soga deshilachada sujetaba al final de su serpenteante longitud un cubo de madera de forma cuadrada. Dejó su zurrón en un lado del Murillo de piedra y cogió el cubo, lo golpeó ligeramente contra la boca del pozo antes de echarlo al fondo oscuro, donde entre la oscuridad podía, entre la secuencia del paso de las algodonosas formas de las nubes, y la vuelta a la quietud del firmamento reflejados, ver el deseado reflejo del agua quieta. Cuando iba a lanzar el cuadrado cubo de madera semipodrido, escuchó un leve rumor; era el río que en su discurrir emitía un leve cántico de vida. Comenzó  un leve viento del este. Alzó un momento la mirada, las nubes se iban sombreando de un gris cada vez más espeso. Una nube oscura le sonrió. Lanzó a un lado el cubo con desdén y escupió al fondo del pozo, que ni siquiera cubrió con su tapa seductora. Los caminantes, pensó, deben acudir al río. Y reinició el viaje hacia la promesa del cristalino cántico brillante de la sinuosa llamada de la vida renovada.


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