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Era un hombre tan aficionao a la Feria de su pueblo, tan feriante, tan feriante, tan feriante, que por la noche se quedaba a dormir debajo de un arco lateral de la Portá, por la gloria de mi madre, en un rinconcito, tapado con una sábana blanca que le había regalado un cuñado suyo de Barcelona ("Por favor -les decía a sus convecinos-, no molestarme mientras echo una cabezadita de cinco horas, porque he hecho una promesa. Un lago blanco, un lago negro... Además, me lo ha recomendado el doctor Grijando, que tiene una sabiduría que no se puede aguantar").
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