Una pieza inconclusa

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UNA PIEZA INCONCLUSA

  No es momento ni lugar donde hacer una crítica política de la formidable y libérrima adaptación a cine de la obra Platonov del gran novelista y dramaturgo ruso Antón Chéjov, dirigida por Nikita Mijálkov en 1977, bajo el título traducido al castellano de Una pieza incompleta para piano mecánico.
Si es lugar para recordar una película extraordinaria y reconocida por toda la crítica cinematográfica internacional, que premió el excelente guión, dirección, montaje, interpretación, ambientación y fotografía de la memorable cinta, tercer trabajo de Mijálkov.
En la trama se desenvuelven muchos temas yuxtapuestos, en un entrelazamiento dramático en el que, a mí juicio, destacan escenas como las del abierto reencuentro en el interior de la casa entre Platonov y Sofía Yegorovna, con la fuerza de la rememoración del pasado huido, las promesas incumplidas, los fracasos y la perdida del tiempo vital. En esta escena, una de las mejores tomas de interior que se puedan disfrutar, la languidez del tiempo perdido hieren profundamente a los espectadores, que se ven obligados a una autovaloración de su propia existencia sentimental.
Sin embargo, la escena más aplaudida es la final, con un Platonov descompuesto y enloquecido por su claudicación y su entrega al encadenamiento voluntario de una vida estéril y rutinaria, donde la interpretación de la romanza Una furtiva lacrima, de Donizetti, traslada del texto a la música el dolor incontestable del amor perdido, añade patetismo y consciencia de la necesidad de luchar por las pasiones y fantasías del amor.
Alguien ha escrito recientemente que "el amor es el motor de la vida", lo que también es que la vida sin amor es parálisis de las emociones, estancamiento, esclerosis, anquilosamiento de los sentidos. Platonov y Sofía vibran al recordar los momentos de su juventud, llena de ilusiones y fantasías de una vida en común, de proyectos de futuro, se sienten con la fuerza de su energía combinada y su motor es, como decía la referida escritora, el amor. Es la fuerza de ese amor y esa fusión de las almas la que puede derribar las fronteras y las barreras, las distancias, las dudas y las sombras. Pero Mijaíl y Sofía son primero derrotados, y uno tras el otro sucumben a las fuerzas superiores de la realidad. La separación lleva a la ruina sus sueños, sus ilusiones, y las condenan a permanecer ocultas en el secreto reino de las fantasías irrealizadas. Con su reencuentro, el fuego de sus sentimientos renace, y ambos dejan que sus emociones y recuerdos tengan la fuerza de una promesa de futuro renovada, capaz de quebrar los condicionamientos de su vida presente. De nuevo, el motor de su existencia parece tener la fuerza capaz de hacer añicos sus respectivas cárceles, sus falsas vidas de pareja; destruir los papeles que representan socialmente. Están juntos y eso alimenta la energía de sus deseos.
Finalmente Platonov se vuelve a quebrar. Los sueños vuelven a constituirse molécula a molécula en fantasía, disolviéndose y, a su vez, evaporando toda la energía de lucha, aspiracion de cambio, superación de la fatalidad asumida. Mijaíl y Sofía son definitivamente derrotados. Sus sueños destruidos por la cobardia. 
El patetismo final es la imagen infantilizada de un Platonov mendigando el cariño de su esposa, lamiendo los barrotes de su prisión.


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