De lunes a viernes, te amo.

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En una ciudad donde el ritmo frenético calla los deseos del corazón, dos almas se entrelazaban en un espacio que trascendía lo físico. Sus días transcurrían en una rutina que sólo ellos comprendían: despertaban junto a otros cuerpos, llevaban vidas que, a los ojos del mundo, parecían completas, pero en las sombras de la noche, justo antes de rendirse al sueño, se encontraban en la frontera de sus pensamientos.

Ella era un destello en medio de la penumbra. Su existencia estaba cargada de responsabilidades que la consumían de lunes a viernes, atrapada en una rutina que ahogaba sus sueños más profundos. Sin embargo, en aquellos momentos de soledad, cuando el mundo se aquietaba y las sombras se extendían, su mente escapaba hacia él, hacia ese hombre cuyo calor se sentía, recordaba y deseaba.

Él, por su parte, era un hombre de pensamientos profundos. Tenía  un camino que recorría con la firmeza de quien sigue el curso trazado por el destino. Pero en medio de su vida ordenada, su mente se desviaba con frecuencia hacia ella. La pensaba con una intensidad que lo desgarraba desde dentro, un deseo tan profundo que jamás se atrevería a revelar. Sus días eran normales, pero en las noches, cuando su mente se desprendía del mundo tangible la encontraba allí, en un espacio donde la realidad y la fantasía se entrelazaban con suavidad.

Sus encuentros eran silenciosos, pero cargados de un significado que sólo ellos podían comprender. Se amaban en la mente, en un plano donde las palabras eran innecesarias. Allí, compartían miradas, caricias etéreas,  pensamientos que vibraban con una intensidad peligrosa. Era un amor sin cuerpo, pero que los mantenía atados, incluso cuando la distancia física era insoportable.

El deseo de encontrarse, aunque solo fuera en el pensamiento, se volvía casi irresistible durante esos días. Era un juego silencioso, un tira y afloja entre la razón y el impulso, entre lo que sabían que debían hacer y lo que realmente querían.

Y entonces, un día, sin previo aviso...


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