ERNESTO
Ciertamente, sin la biblioteca de mi abuelo Ernesto hoy no sería en el ámbito cultural lo que modestamente soy.
En lo que Fernando Lázaro Carreter, de modo políticamente pudoroso denominó "los años difíciles" aquella biblioteca nutrida de ejemplares procedentes, en muchos casos, de la Editorial Fondo de Cultura Económica, de México, tenía a mi alcance libros que despertaban mis ansias de lectura y conocimiento. Como era todavía un niño cuando accedí a libros científicos, algunos conceptos se me escapaban, pero jamás mi abuelo me impuso limitación ninguna ni trató de hacer de guía para mí formación intelectual; pude avanzar por mí mismo en una intrincada selva de tenas y conocimientos que no eran fáciles de abordar en aquella época (me ahorro calificativos fuera de lugar en este escrito no directamente político —en la vida todo es político, pero toda la vida no es política—).
De lo que quería escribir es de las limitaciones personales. Ernesto era el resultado de la época en que le tocó vivir, ni más ni menos que cada una de las personas. Su formación se construyó con los elementos y herramientas que tenía a su alcance; sus ideas, convicciones y principios, también su compromiso vital, estuvieron acorde con ello. Uno de mis maestros posteriores sentenció que tal es el hombre, tal es su filosofía. Ernesto no podía escapar de esos límites. Sin embargo, de ahí su mérito, extendió su talla intelectual hasta esos límites personales. Nadie es capaz de ir más allá que su sombra.
A pesar de sus marcadas concepciones lamarckianas, dos de las obras principales de Darwin, El origen de las especies y El origen del hombre, figuraban en aquellos anaqueles, y llegaron a mis manos. La teoría evolutiva de Darwin es muy diferente de la de Lamarck, Ernesto lo sabía, pero no fue capaz de superar el marco "voluntarista" del segundo, para avanzar en las leyes de un enfoque evolutivo regido por la complejidad interrelativa y los elementos de la azarosa mutación aleatoria o el choque con el medio dominante. Las teorías subjetivistas de Eliseo Reclús también habían marcado su interpretación de los hechos socio-políticos. Y, a pesar de que tenía una amplia recopilación de títulos de autores de la escuela psicoanalítica (Freud, Jung, Karen Horney...), tampoco pudo enfrentarse a los flecos del idealismo subjetivo, la parcialidad y las conclusiones dogmáticas de los dos primeros.
En cierta medida, quedó anclado en el esquematismo de sus años mozos. Valga en su defensa el que las duras condiciones de supervivencia, que tuvo que afrontar como muchos miles de afectados por el fin de la contienda civil, le impidieron continuar los estudios y poder desarrollar críticamente las fuentes de su formación intelectual.
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