Usada en la oficina

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En mi juventud fui una zorra a tiempo completo hasta que encontré al hombre que luego sería mi marido. El matrimonio hizo que me calmara hasta que en un nuevo trabajo conocí a mi apuesto jefe. Un hombre guapo de pies a cabeza, que además, en su forma de ser y expresarse se le notaba el dinero y poder. Con una personalidad imponente y una sonrisa carismática me sedujo a mí, su asistente, en cuestión de días.

Ambos éramos casados así que lo nuestro era netamente sexual, nada de romance ni detalles, un secreto que se consumaba cada vez que él lo decidía. Yo cumplía mi papel de sumisa, haciendo todo lo que pidiera cuando él lo pidiera, siendo utilizada como un juguete, pero para mí era estar siendo penetrada casi a diario por un hermoso espécimen masculino.

Llegó un día en el que algunos socios se apersonaron en la oficina, era una negociación importante que tomó horas. Al final de la tarde, todos en el edificio se habían ido y mi jefe salió con un maletín en su mano, pensé que la reunión había terminado, pero se acercó hacia mí y me dijo: “Estos hombres están acostumbrados a usar su dinero para obtener lo que desean y hoy te desean a ti. Lo que está en este maletín será tuyo si vuelves a entrar a la oficina, sino no hay problema, puedes irte a tu casa y no ha pasado nada, ellos buscarán a alguien más en quién gastarlo”.

Abrí el maletín por curiosidad y había una cantidad de billetes de 100$ que nunca pensé ver en mi vida. Recordé que en mis 20’s ya había estado con varios a la vez y en aquella oportunidad lo único que me dieron, además de sexo desenfrenado, fue dinero para el taxi. En segundos mi mente se llenó de ideas pensando en que gastar y cómo explicarle a mi esposo, ya lo había decidido, me paré y lo acompañé a la sala de juntas.

Entramos y él cerró con seguro detrás de mí. Eran 6 hombres contando a mi jefe, él me ordenó: “Abre tu blusa, muestrales el par que tanto me gusta”. Obedecí y mientras sacaba mis tetas oía el sonido de cinturones y cremalleras abriéndose. Nerviosa me acerqué y al verlos bien me di cuenta de que lucían unos mejores que otros, ahí supe que no la pasaría nada mal.

Empecé a mi derecha y fui pasando por cada uno de ellos, chupando sus duros miembros hasta hacerlos venir en mi boca o en mi cara, por casi una hora les di una lección de lo que es una mujer experta en mamadas. Mi jefe me pasó unas toallas húmedas y mientras yo limpiaba mi rostro, él arrancaba mi ropa. Me tiró a la mesa de conferencias y me introdujo su enorme pene. Mientras me daba duro, los otros se acercaban a meter sus vergas en mi boca y tocar mis senos y mis nalgas. Él seguía dándome sin parar, me miraba con cara de celos sabiendo que tenía que compartirme, en minutos eyaculó en mi abdomen, se hizo a un lado y antes de darme cuenta ya había otro penetrándome.

Este segundo individuo no lo tenía tan largo como mi jefe, pero si muy grueso, sentía cómo mi vagina se estiraba para recibirlo. No podía evitar gemir, pero los demás me callaban metiendo sus penes hasta mi garganta. El siguiente se recostó en la mesa y me subí sobre él, brincaba sintiendo esa deliciosa pija en mi vagina mientras mi boca chupaba otra y con mis manos pajeaba un par más. Sin decir nada, uno de ellos enterró su pene en mi ano, grité, pero lentamente ese dolor se fue convirtiendo en placer. Estaba siendo doblemente penetrada y en ese momento tuve mi primer orgasmo de la tarde.

Ellos siguieron tomando turnos, mi culo y mi vagina sintieron penes de distinto grosor y tamaño una y otra vez. Estaba en éxtasis, no podía controlar mi propio cuerpo, intenté pararme y dominar, aunque fuera un instante, pero caí al piso con el culo al aire. Seguí siendo utilizada, orgasmo tras orgasmo estaba ciega de placer pidiendo más y más.

Me pusieron de lado, hacia abajo, en todas las posiciones, mi cuerpo era una fuente de placer hasta que todo se detuvo. Jadeando, con mi respiración agitada y mi corazón acelerado, me vi en el piso rodeada de 6 deliciosos miembros y cubierta de semen. Ellos se vistieron y se fueron, al salir sonreían viéndome, cómo dando las gracias. Como pude me puse de pie y tomé mi ropa, aproveché la soledad de la oficina en la noche para asearme lo mejor que pude en el baño y recuperar un buen semblante.

Manejando hacia mi casa no dejaba de pensar en lo que había hecho, el tamaño de esta infidelidad, no tenía perdón, pero recordar el maletín escondido entre los asientos de mi auto hizo que cualquier indicio de vergüenza desapareciera. Para mi esposo fue un día en el que su mujer trabajó más de lo normal, para mí un evento inolvidable.


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