El beso verdadero, el que no se oculta ni es mendaz, el beso que se admite como tal, sin disfraz es el beso del amante. Es el beso consciente que se da. El otro beso, el espontáneo, el que se da inspirado por la ternura hacia la frente de quienes respetamos, en las mejillas de los niños, a quienes admiramos por su frágil inocencia. Hay otro beso, el beso protocolario, de una formalidad fría, que sirve muchas veces como paraguas del patriarcalismo segregador.
Pero, el beso que se anhela es el que estremece naciendo en el cuello y deslizándose sereno hasta el final de la espalda, el que eriza el vello del cuerpo. El beso de roce delicado que se distribuye en los cuatro puntos cardinales de la espalda, que es cálido y sedoso y que luego se desparrama ardientemente transmutado en fuego por todos los rincones del amor amado.
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