LA CINTA
Ahora cuesta situarse en aquellos años, no tan distantes, pero casi una época, tecnológicamente hablando.
Entonces había comenzado la segunda era de los aparatos grabadores-reproductores domésticos. Había las nuevas handy de reducido tamaño, que destinaron a las grandes y poco manejables cintas VHS al museo de los avances superados del consumismo. Éstas tenían unas cintas mucho más pequeñas y fácilmente almacenables.
De aquí parte nuestra pequeña historia de hoy.
Nuestros amigos, Berta y Manuel habían planificado un viaje a Puerto Rico y nos pidieron que echáramos un vistazo a su apartamento; que regásemos los cactus y geranios; las demás plantas un par de veces en la quincena que iban a estar de vacaciones. El favor era mutuo cada vez que alguno de nosotros íbamos de turismo, así que lo hacíamos muy gustosos por la amistad de tantas décadas.
Y así, un miércoles tarde Rodolfo y yo nos acercamos al piso. Todo estaba en orden. Regamos las plantas y dejamos correr un poco de agua en cada desagüe. Cuando ya salíamos, Rodolfo señaló la pequeña cassette de la filmadora doméstica que estaba en el sofá, sin duda olvidada después de su visionado, tal vez por las prisas de empacar de cara al viaje. La recogió y me dijo: debe ser de las vacaciones de invierno, ¿nos quedamos un poco más y le echamos un vistazo? Yo asentí, la tarde era larga y no teníamos planes. Manuel y Berta solían compartir las películas de sus viajes (viajaban a menudo, gracias a su alto standard de vida y su gusto por el turismo a todas partes).
Nos sentamos en su amplio tresillo y conecté el televisor (entonces eran todavía panzudos) e introduje la pequeña cajita en el reproductor.
Las imágenes mostraron el aeropuerto, antes de salir, y a la llegada. Era un destino de playa y sol que no identificamos. Cosa extraña, porque sus grabaciones solían comenzar con una panorámica del exterior de los aeropuertos, donde figuraba en grandes rótulos el nombre del mismo.
Después un recorrido por el interior del hotel y sus instalaciones deportivas, particularmente las piscinas, pista de tenis y demás; los espaciosos comedores... Hasta la habitación de ellos, grande y muy luminosa, con un baño de excéntricas proporciones, con una bañera con jacuzzi. La toma la hacía Manuel. Berta sonriendo; Berta desempacando; Berta haciendo muecas y divertidas gañotadas; Berta tirándose, literalmente, sobre la enorme cama; Berta abriendo la puerta corrediza del balcón; Berta señalando la extensión verde que rodeaba el hotel y la playa, que estaba a pocos metros de la entrada del hotel, y una lejana ciudad con algunos edificios desfigurando el bello paisaje; Berta entrando y cerrando la puerta del balcón. Corte de imagen y plano en negro de unos segundos.
La cinta volvió a iluminar la cóncava y gran pantalla del antiguo televisor. De nuevo, Berta. Se está cambiando. De espaldas. Su blusa se desliza y cae por su espalda hacia el suelo. Se quita la falda y queda en bragas. Una pequeña braga de color negro que muestra los lindos arcos inferiores de sus nalgas. Berta fue siempre, y también en su madurez ahora, muy linda y su cuerpo delgado y alto muy atractivo.
Rodolfo pausó la cinta. Yo lo miré interrogativa. No sabía si loque estábamos haciendo era correcto. Ver esas imágenes que ya eran íntimas, sin que Manuel y Berta nos las mostrasen (y no parecía probable que lo hicieran) era moralmente reprobable bajo mi punto de vista, aunque mi curiosidad se había despertado y un gusanillo traidor remoloneaba por mi estómago. Rodolfo sonreía pícaramente; parecía disfrutar y deleitarse con aquel comienzo. «Que sea nuestro secreto, cariño» alegó. Yo estuve de acuerdo y me arrellané en el tresillo subiendo las piernas. La cinta volvió a pasar.
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