LA CINTA (y3)

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Manuel terminó por meter el dedo en el ano de Berta que se encogió algo y emitió un sonido entre queja y gemido gatuno de placer. «Te gusta, cielo», preguntó él. «Uhhmmmmm, sigue». «Sigue así», fue la respuesta entrecortada. Y vino algo más sorprendente todavía. El dedo entraba y salía del culo de Berta, que gemía; sin duda gozaba. «Fóllamelo, soy tu puta; dame por el culo». Quedé estupefacta. ¡¿Berta?! Diciendo aquello. Para mí el sexo era mudo, salvo por los jadeos y gemidos. Todo lo más, roto por sonidos como «iffff; uhmmmm; ahhgh» o un «sigue» o un «más», a modo de súplica; lo máximo que le escuché decir a Sebastián, mucho antes de conocer a Rodolfo, el único hombre con quién me había acostado aparte de mí marido, fue «me corro», anticipo de su eyaculación en mi vagina. Ahora, oyendo aquellas palabras articuladas con dificultad, sentí en mi interior el impacto de la comunicación oral en el sexo. Recibí un relámpago de placer remoto; junto a las imágenes sexuales, me producía un plus de placer escuchar el lenguaje grosero acompañando la pasión. Pensé que yo también quería participar en aquel juego. Por supuesto había tenido y tenía habitualmente fantasías sexuales, hasta las tenía mientras follaba con Rodolfo; las tuve desde el descubrimiento de mi sexualidad, con doce años, para y al masturbarme; pero aquello era diferente. Era como un arte de hacer el amor.

Berta disfrutaba mucho, era evidente y Manuel sabía cómo hacerla gozar. El objetivo pareció volverse loco, giraba y las imágenes eran borrosas, los colores se difuminaban, iban y venían los objetos; después recuperó la verticalidad. De repente, pudimos apreciar nítidamente la verga tiesa de Manuel. El enfoque mostraba su glande enorme, rosado. Las venillas, la red de capilares azulados y rojizos se apreciaban claramente. Luego seguía un plano del ojo del culo de nuestra amiga, muy abierto. Manuel apuntó al ojete -estaba brillante; le había untado alguna crema- y fue penetrando poco a poco el trasero de Berta. Ésta gemía a cada embate. La piel de las nalgas estirada, seguramente por los dedos. La polla de Manuel entraba y salía hasta que se hundió hasta el fondo. Dejamos de ver el ojete y su tranca ocupaba toda la pantalla. La metía y la sacaba despacito, con una cadencia. «Más, más. Dame por el culo, vida», exclamaba Berta. «Te la voy a clavar y me voy a dejar ir en tu culo. Eres una ramera», jadeaba la voz de Manuel. «Hazlo, lléname el culo de leche, amor», respondía Berta.

Rodolfo y yo estábamos estupefactos, casi escandalizados. Yo tragué saliva. Estaba ardiendo de necesidad sexual. Miré de nuevo a Manuel, su polla estaba tan hinchada que el bulto emergía visible. Bromeando puse mi mano en el pantalón y apreté. Los dos reímos. La situación era impensable apenas media hora antes.

En la televisión Manuel seguía follando a Berta por el culo. Los jadeos aumentaron hasta que él gimió. La grabación se detuvo. Evidentemente, había llegado a la eyaculación y no pudo sostener la cámara. Apenas duró unos segundos y en la imagen volvió a aparecer el trasero de Berta, de su ojo del culo salía un hilo de semen que discurría hacia abajo, en dirección a su chumino.

Como tenía la mano sobre la pija de Rodolfo, comencé a moverla y a acariciarlo por encima de los pantalones. Mos miramos y él se abrió la cremallera y dejó caer el pantalón y el calzoncillo hasta los tobillos. Su pene estaba totalmente erecto, como pocas veces lo había visto. El glande de color violáceo; ligeramente húmedo por la excitación. Me quité la falda y me bajé las braguitas. Tomé la verga endurecida entre los dedos; Rodolfo exhaló y tragó saliva sonoramente. Acarició mi matojo de vello, llevando los dedos a mis labios vulvares.

En la pantalla. Berta cogía la de Manuel entre sus labios y se tragaba el flujo de su tranca. Me descubrí deseando ser yo la que mamase aquella polla brillante que había horadado el ojo del culo de Berta y había descargado a golpes su leche en el estrecho tunelito; haber sido jodida también por ese miembro tieso de glande hinchado. No me importaba admitirlo, después de todo, Rodolfo estaba trempado al ver cómo Berta y su ojete eran jodidos por Manuel.

Berta se subió a la cama y el enfoque se centró en su concha lubricada por la lujuria. Manuel introdujo un dedo entre los bellos labios sexuales y lo sacó mojado en el fluido de su mujer. Yo agitaba la picha de Rodolfo que jadeaba un poco. Él me hacía una paja metidos los dedos en mi coño abierto. Ahora, Manuel dejó la cámara en algún mueble, y desnudo subió a la cama. Tenía un trasero masculino y juvenil. Se agachó y le lamió el chocho a Berta antes de arremeter con su lanza la concha abierta de ella. Se la jodió rápidamente y tuvo un fuerte orgasmo. Berta terminó masturbándose, con él mirando. Luego la cámara de apagó. Cuando la cinta terminó y volvió automáticamente al principio, nosotros seguimos.

Por nuestra parte, Rodolfo estaba congestionado, encarnado y con la cabeza reposando en el sofá. Emitió un fuerte gemido y su leche saltó a mi mano, a golpes húmedos. El semen grueso y espeso discurría por mis dedos que tenían la pija cogida y seguía agitando el prepucio, hasta que se relajó y dejó de manar semen. Bajé a chupar y sorber los restos de la leche. Y, sin pensarlo, seguramente influida por la película le dije: «Ahora, lámeme la perla y cómeme la concha hasta que me venga». Rodolfo me miró un segundo y los dos nos reímos. Bajó al suelo y me abrió el chumino. Me hizo un cunnilingus suave que hizo que me corriera en seguida con un grito de placer intenso.

Nos vestimos y apagamos el televisor y el reproductor. Dejamos la pequeña cinta donde la encontramos y nos fuimos con una sensación extraña, pero satisfechos. Aunque no dijimos nada, creo que a ambos nos quedó una duda: ¿qué la cinta quedase en el tresillo, fue en verdad un olvido?

Tardaríamos un tiempo en saberlo.

 

 


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