Ser tan conscientes como esté a nuestro alcance, nos permite salir las tinieblas y la ignorancia, pero al mismo tiempo nos amplia las fronteras de la percepción de la realidad, nos muestra la amplitud de lo que ignoramos y la oscuridad en la que todavía vive el mundo de nuestras ideas.
No obstante, la riqueza del conocimiento paulatino y continuo, por más que genere inquietudes y nos haga enfrentarnos a nuestros propios credos y limitaciones, nos conduce a un reino de mayor libertad interior, del conocimiento personal, de nuestro auténtico yo.
Se puede pensar que quizá sean más felices quienes entienden la vida en base a lo aprendido en los primeros años de vida, pisando las huellas de los que nos dijeron qué había que pensar, cómo había que hacerlo y una serie de "verdades" incuestionables y válidas para todas las épocas. Es lo mismo que aceptar un mundo de invariabilidad con muy pocos cambios, una idea circular del mundo, la concepción que sujeta a la realidad a una repetición más o menos igual de hechos y personajes, apenas con matices; la creencia en un tiempo basado en ciclos históricos repetitivos*. Ese planteamiento da seguridad, y la seguridad es uno de los pilares para cerrar el paso al reconocimiento de nuestra fragilidad, de nuestra debilidad, es la manera en que algunas personas ven el mundo, como si fueran los viejos microsurcos de vinilo de los primeros tiempos de las grabaciones, en los viajes, una vez quedan inscritos unos datos, no se pueden ni cambiar ni borrar. Todo son esquemas aprendidos, para usar los recursos en que fueron instruidos con el fin de salir apresuradamente de las dudas que les puedan asaltar. Así, cuando ven fracasar su acción exterior frente a sus aspiraciones interiores, sufren una especie de cortocircuito mental, del cual sólo saben salir aferrándose a las certezas del pasado, de su pasado y del pasado de quienes les precedieron. Les es amputada desde la infancia la visión creativa, la capacidad de la duda, la necesidad de cuestionarse el mundo exterior que nuestra mente sólo es capaz de reflejar mecánicamente, si no usamos el instrumento de la crítica con el fin de ajustar el pensamiento a la vida, y no a la inversa.
Esa forma de pensamiento tradicional, a cambio de unos cuantos salmos repetitivos de "verdades comunes", de "cosas que son de sentido común", las acartonadas "verdades del barquero", las ideas "de toda la vida", son el mayor freno al desarrollo de nuestras aptitudes personales, a poder desplegar las potencialidades dormidas por la instrucción mecanicista, a nuestro autoconocimiento y capacidad de alcanzar una autonomía individual.
La felicidad es el conocimiento de nuestras necesidades y de las leyes que rigen el mundo real, material, el concierto entre ambas "necesidades". Una realidad material de la que firmamos parte y, por eso mismo, mediante nuestros sentidos percibimos, con nuestra mente racionalizamos y gracias a nuestras experiencias e ideas podemos transformar.
Para ello, para que no haya un desajuste letal y alienante entre el yo y el mundo exterior es preciso eliminar todas las sombras, limpiando de telarañas lo que consideramos nuestras ideas y no son más que ecos de otras voces deformadas por el transcurso inapelable del tiempo.
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Para profundizar en ese contraste ideológico, podemos consultar las obras divulgativas del paleontólogo Stephen J. Gould.
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