Entre Dos Secretos: El Peso del Ayer y Hoy - Parte V

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Pero todo lo bueno tiene un final. Cuando el viaje terminó y volvimos a Lima, la realidad me golpeó con más fuerza que nunca. Me esperaba un torbellino de excusas y mentiras, no solo para René, sino para mí misma. ¿Cómo había llegado a este punto? ¿Cómo había dejado que las cosas se complicaran tanto?

René seguía allí, ajeno a todo lo que estaba sucediendo a su alrededor. Me seguía llamando, preocupado porque no le había contestado durante el fin de semana. Le mentí, le dije que había estado ocupada con mi familia. Y él me creyó. Eso fue lo que más me dolió. Su confianza ciega en mí, su disposición a aceptar mis excusas sin dudar. René, con su juventud y su bondad, me ofrecía todo lo que cualquier mujer podría desear. Y sin embargo, aquí estaba yo, jugando con fuego, enredada en una relación con un hombre que, aunque no era guapo ni joven, tenía un poder sobre mí que no podía explicar.

Héctor, con su vida desordenada, su exesposa y su hijo en Junín, su figura regordeta y su aura de familiaridad, me arrastraba a un lugar del que no podía salir fácilmente. No era solo su presencia lo que me atrapaba, sino el pasado que compartíamos, los años de convivencia y las promesas que alguna vez nos hicimos. Y ahora, con su sueldo exorbitante y su vida aparentemente acomodada, parecía tener el control. Un control que, hasta cierto punto, yo le había entregado voluntariamente.

No sé cuánto tiempo más podré seguir así, viviendo dos vidas paralelas. Pero lo que sé es que, con cada día que pasa, se hace más difícil volver atrás.

Los últimos tres meses habían sido una montaña rusa emocional para mí. Después de aquel viaje a Puerto Maldonado, tomé una decisión que me sorprendió: decidí continuar con ambos, tanto con René como con Héctor. Por alguna razón, pensé que podía manejar la situación. Sentía que cada uno me daba algo diferente, algo que necesitaba. René, con su juventud y belleza, representaba una chispa en mi vida, mientras que Héctor, a pesar de su físico más descuidado y su historial de infidelidades, me ofrecía una comodidad, una familiaridad que no podía ignorar.

En mi mente, había logrado racionalizarlo todo. Le decía a mí misma que no estaba lastimando a nadie mientras mantuviera las cosas en secreto. Nadie saldría herido si jugaba bien mis cartas. Además, pensaba que Héctor ya había cambiado. Claro, me había engañado una vez, pero eso había sido hace tanto tiempo que me convencí de que ahora todo sería distinto.

Sin embargo, la situación se volvía cada vez más complicada. Coordinar mis salidas con René y Héctor requería una habilidad casi de malabarista. A veces me sentía agotada emocionalmente, intentando mantener las apariencias y manejando las mentiras que empezaban a entrelazarse. René seguía siendo atento y comprensivo, y aunque no habíamos hecho público nuestro romance, él me hacía sentir que estaba en una relación sana. Íbamos al cine, a cenar, hacíamos compras juntos. Y aunque a veces pensaba en decirle la verdad, no podía arriesgarme. Era consciente de la diferencia de edad entre nosotros, pero con René me sentía más viva que nunca.

Con Héctor, por otro lado, había una tensión distinta. Aunque no era guapo como René, y su barriga prominente contrastaba con la figura esbelta de mi otro amante, me resultaba imposible negar que había una historia entre nosotros. Algo en esa conexión emocional me seguía atando a él, a pesar de todo. Nos veíamos con frecuencia, especialmente porque su trabajo en el Ministerio de Economía lo mantenía cerca del Ministerio Público, donde yo trabajaba. Siempre encontraba la manera de escabullirme para verlo, y en cada encuentro, me convencía de que estaba tomando la decisión correcta al no romper con ninguno de los dos.

Pero todo cambió el día que descubrí lo que Héctor me había estado ocultando.

Una tarde, mientras descansaba en casa, decidí revisar mi cuenta de Facebook, algo que hacía cada vez menos por falta de tiempo. Sin embargo, aquel día, mientras hacía scroll distraída, me encontré con una foto que captó mi atención de inmediato. Era Héctor. Él estaba abrazado a una mujer mucho más joven que yo, en una foto publicada por un amigo en común de Junín. No era su ex-esposa, eso lo supe de inmediato. Era alguien más. En la descripción, el amigo había etiquetado a Héctor y a la mujer con un mensaje que decía: "Qué bella pareja, ¡felicidades por estos tres años juntos!"

Me quedé paralizada.

Tres años juntos.

No podía creer lo que estaba viendo. Durante todos estos meses en los que Héctor había estado en Lima, me hizo sentir que estaba totalmente enfocado en nuestra relación, a pesar de que todo era secreto. Nunca mencionó a esta otra mujer. En mi confusión, lo primero que pensé fue que tal vez la relación ya había terminado. Tal vez ella estaba en Junín, y simplemente ya no estaban juntos. Pero cuando revisé las fotos, vi que eran recientes, tomadas hace apenas unas semanas. Y aunque Héctor no había regresado a Junín desde que llegó a Lima, seguía manteniendo contacto con esta mujer.

Me invadió una sensación de traición tan grande que no sabía cómo procesarla. Por un lado, sentía una mezcla de enojo y tristeza. ¿Cómo pudo hacerlo? ¿Cómo pudo mantener una relación de tres años con otra persona mientras me buscaba a mí? Pero al mismo tiempo, me sentía hipócrita. Yo también estaba engañando a René. Estaba jugando con los sentimientos de ambos hombres, y aunque siempre me decía que no había nada de malo en mantener dos relaciones secretas, ahora que me encontraba en el otro lado de la moneda, me preguntaba si realmente tenía derecho a sentirme indignada.

Pasé horas mirando las fotos, revisando los perfiles de sus amigos en común, intentando encontrar respuestas. Me dolía. No lo podía negar. Aunque no hubiera hecho planes a largo plazo con Héctor, me dolía pensar que él estaba viviendo una doble vida, igual que yo. Pero, ¿realmente tenía derecho a sentirme traicionada? Después de todo, Héctor no me había prometido nada. Sabía cómo era él desde el principio. Conocía su historial, y aun así, había elegido creer que las cosas serían diferentes esta vez.

Me encontré en un limbo emocional. Una parte de mí quería confrontarlo, exigirle respuestas. Pero otra parte sabía que no tenía sentido. Si lo hacía, ¿cómo podría justificar mi propia infidelidad? ¿Con qué cara podría acusarlo de engaño, cuando yo misma estaba haciendo exactamente lo mismo con René?

No pude evitar sentirme estúpida. Había caído en el mismo juego que había criticado tantas veces. Estaba metida en una situación de la que no sabía cómo salir. ¿Debía alejarme de Héctor? ¿Debía decirle la verdad a René y terminar con todo? Ninguna opción me parecía satisfactoria, y por primera vez en mucho tiempo, me sentí completamente perdida.

La relación con Héctor, que en algún momento me había parecido una escapatoria, ahora se sentía como una trampa. Y mientras me debatía entre qué hacer, no podía evitar preguntarme si era realmente posible salir de esta situación sin herir a alguien en el proceso.


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