El inicio del adiós

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No suele estar claro cuando es comienzo del adiós.

No hay una curva matemática cierta que pueda expresar cómo cambia la tendencia, pero tal y como acontece con las corrientes marinas, el hecho de no poder verlo no implica que no sea posible percibir un cambio de rumbo.

Algunas personas sensibles, como si de avezados navegantes se tratara, son capaces de leer e interpretar estas señales, por imperceptibles que parezcan, mientras que para el común de los mortales tarda algo más, normalmente hasta que los acantilados se divisan claramente, para darse cuenta del alcance de la situación.

Así, al igual que cuando algo se inicia en muchos casos sin saber muy bien cómo, también cuando se encamina a su fin puede parecer que se pone en marcha por apenas nada, una minúscula y última gota que hace que la aparentemente calma superficie del recipiente desborde de unos límites que nadie sabe a ciencia cierta donde se encuentran hasta que son establecidos.

Ante la, ahora sí, evidencia de que algo no va a ser más caben dos actitudes:

Dialogar y dejar que acontezca, evitando el máximo daño emocional que sea posible.

Alargarlo innecesariamente esperando revertir una decisión ya inapelable.

Creo firmemente que en las relaciones aparte del amor y del respeto es fundamental la libertad, principalmente la de querer estar o no, y que el trabajo de cada día es el de crear unas condiciones favorables para sumar, para poder crecer juntos desde las diferencias, para construir algo, aunque no sea convencional, pero en todo caso que funcione, y si en algún momento no es así entender las razones de las otras personas sin pretender mantenerlas de algún modo contra lo que ellas quieren para sus vidas.

Antes del último adiós siempre hay un tiempo, a veces corto y a veces largo, pero al igual que en el reloj de arena el final es inexorable.

El inicio del adiós es como el viento que impulsa las velas del navío, en ciertos casos solo una suave brisa y en otros la inmensa fuerza de un vendaval.

En ese instante es el momento de preparar el corazón y empaquetar bien los recuerdos y los sentimientos, para que no se dañen al bajar la tierra.


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