LOS VERANOS SON PARA ENAMORARSE (1.0)

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LOS VERANOS SON PARA ENAMORARSE (1.0)

   Berta había conocido a Janice al inicio del curso 23/24, a fines de agosto, cuando se convocó la reunión preparatoria en el colegio. Janice era la nueva profesora de tecnología y no conocía a ninguna de sus compañeras y compañeros de curso escolar; tampoco sabía de las reglas no escritas que hacían de la vida profesoral un pequeño laberinto de comportamientos aceptados, ni de las mezquinas envidias y rivalidades, de las capillitas entre grupos de maestros, entre las que se desenvolvían las actividades profesionales de las y los enseñantes.
Al ver tan perdida a Janice fue Berta quien se ofreció a ser su cicerone y hacerle más fácil el proceso de adaptación y hasta de supervivencia en el centro. Janice era una mujer morena, alta, robusta y vestía con mucha elegancia. Pronto la relación entre ella y Berta fue amistosa más que compañeril. En febrero Berta se separó de su pareja. Las cosas iban de mal en peor hacia un par de años, José encontró un apoyo en una amiga de trabajo y a fines de enero le dijo a Berta que se iba del piso, para vivir con ella. Berta, por su parte y aun cuando su vida no era la que deseaba, tenía un fuerte apego a José. Por tanto, lo paso mal; Janice fue su puntal de apoyo esos días. Se encontraban en la cafetería de al lado del instituto al terminar las clases, tomaban algo y discutían algunos aspectos y problemas propios del trabajo, del programa escolar, del comportamiento particular de alguna alumna conflictiva, del trato entre los y las compañeras y de la desquiciante tarea de la directora del centro. En varias ocasiones quedaron para ir juntas a funciones de teatro y de compras; se invitaron a almorzar en las respectivas casas. Creció una fuerte amistad entre ambas.
Para marzo, con las breves vacaciones de Semana Santa a la vista, Janice invitó a Berta a hacer un viaje en su autocaravana al Pirineo de Huesca, y ésta aceptó encantada. Salieron una mañana lluviosa, pero eso no afectó ni al buen humor de ellas ni a sus planes de acampada en el monte, alejadas del ruido mundanal que había en la aglomeración de la ciudad. Un auténtico paraíso de tranquilidad, reposo y calma; lo que las dos necesitaban.
El tiempo siguió lluvioso, pero no arruinó su disfrute. Modificaron algunos planes y sus salidas a pasear y de excursión de adaptaron a los cambios de tiempo. Los paseos, con paradas para descansar, disfrutando de las vistas panorámicas, beber y tomar ligeros almuerzos les servían también para ir conociéndose mejor. Janice era mucho más reservada que Berta y sus conversaciones se centraban más en las vicisitudes de la vida laboral; pero Berta consiguió con su alegre sonrisa hospitalaria que si amiga abrirse la senda de sus memorias de infancia, primero, y de los estudios después. Pero Janice seguía siendo la persona introvertida 
Una mañana, Janice recibió en su móvil la noticia del fallecimiento de su madre. Su impasibilidad habitual se resquebrajó; se abatió para después irrumpió el llanto largo y profundo. Berta la abrazó y la consoló con ternura. Así permanecieron hasta que Janice fue recuperando la calma. Con sus ojos llorosos y enrojecidos miró a Berta. Ésta le sonrió casi infantilmente; las dos seguían abrazadas. Berta sintió un cosquilleo y chispas en su estómago. Olía el perfume de Janice y se encontraba muy a gusto entre sus brazos. Janice tenía los ojos brillantes, aunque secos. Mostró sus labios abiertos por una sonrisa de agradecimiento y... otra cosa; algo cálido y misterioso; nuevo para Berta. Sin saber cómo, sin saber porqué Berta aproximó su cabeza a la de Janice y la besó en los labios. El cosquilleo dejó paso al latido sonoro de su corazón cabalgando en el pecho. Janice tomó los labios abriendo los suyos y los apresó, jugó con ellos, los acarició con la lengua; giró la cabeza en un pequeño ángulo y tomó con sus manos la nuca de Berta, que a su vez se apretó contra la cintura de su amiga. Las bocas se juntaron en un juego de besos y caricias. Janice se quitó la camiseta y sus senos desnudos y firmes encontraron las manos de Berta. Desvistió a su amiga mirándola fijamente. Algo la perturbaba; parecía ligeramente avergonzada, cosa que Berta no entendía; el deseo era mutuo y ella sentía unas ganas locas de hacerle el amor, de ser amada físicamente por aquella amiga reciente pero más íntima que ninguna otra. Comenzó a quitarle el short.
Janice se apartó violentamente. No, no, le dijo, hay algo que no sabes... Se quedó mirando a Berta que le respondió con un nuevo abrazo y un beso lento y suave. Berta acarició el vientre de Janice y de repente descubrió algo que no esperaba encontrar, algo duro y excitado.
Lo siento, musitó Janice. Debí habértelo dicho... Es un secreto, mi secreto... Berta respondió con una risita contenida, acarició la cara de Janice y sus caricias fueron destinadas a aquel misterio desvelado que deseaba disfrutar entre los dedos y sentirlo en su interior.


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