Cómo ser un psicópata

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El rutinario aire de Buenos Aires carga con el pesado humo de los escapes de los autos, taxis en su mayoría, y lo arrastra junto al aroma del café con el que los porteños no pueden vivir sin él. El fresco de la mañana temprana desliza sus lángidos dedos por las mejillas, la frente, los labios, el puente torcido de una nariz y culmina en la punta de ésta. El sujeto se reacomoda en su silla de madera pintada de blanco jaspeado, decoración barata que ahora le hacen llamar vintage, puesto que la frescura le trajo un desagradable escalofrío. Frunce el ceño y endereza las hojas de un diario que trae en sus manos con un brusco movimiento hacia adelante. Arrastra sus pupilas marrones oscuras con concentración letargada, atacada por una mente disociativa, sobre las palabras que resaltan con mayor tamaño y en negrita de la página. "¿Cómo ser un psicópata?", y por alguna razón, relee una y otra, y otra vez, las tres palabras, por un buen rato. 

¿Cómo ser un psicópata?

Por empezar, ¿qué lo hace a uno ser un psicópata?, se pregunta. ¿Qué es ser un psicópata?.

Alza la mirada al cielo ya iluminado por el sol de las nueve am, lo abraza con un calor muy tenue, consolador. ¿Por qué consolador? Porque él se siente como si fuera uno, un psicópata, y da la casualidad que el sentimiento lo persigue hasta en los periódicos. 

¿Es uno más?, ¿Desde qué momento?... ¿en qué momento se transformó en uno?.

Hace un recorrido mental de sus 83 años de vida, trae al presente sus traumas y su pasado tabú. Entonces recuerda... recuerda... Sí, comienza a recordar...

Sus hombros bajan al sentir un peso familiar, uno que atormenta, y cierra los ojos. Ya recuerda...

Recuerda una niñez interrumpida por abusos, machacada por golpes y paquetes de galletitas de las que no podía elegir, debía comerlas a todas sin importar si le gustasen o no. Recuerda las incontables tardes que pasaba encerrado en la habitación de sus padres, parado delante de la pared, con los brazos extendidos hacia ella por horas, con la mirada aferrada al mundo gris que tenía frente. Recuerda las sombras del ligustrín que había a uno metro de distancia de la ventana de aquel cuarto, crecer hasta opacar cualquier rayo de luz, y caía la noche. Recuerda el miedo indescriptible hacia su padre y a sus manos enormes y duras, tan duras que le respaban la piel y le partían los labios de un solo golpe. 

Recuerda el miedo a llorar, a expresar lo que quiere y lo que no, recuerda su fallo en el amor, ah... Siente una punzada en el pecho. 

Lleva su mano pecosa hasta la altura de su corazón, y la ve, sorprendido de hallarla igual a la de su padre. Pero ésta no golpea, abraza, apacigua el dolor. 

Un bocinazo le recuerda que tiene un café a medio acabar y se le está enfriando. Deja a un lado el periódico y termina de un solo sorbo la bebida ya tibia. No le gusta el café frio, pero 26 años de enderezamiento en la casa de sus padres le enseñaron para toda la vida que la comida no se desperdicia. ¿El amor también?

La amargura lo invade nuevamente. 

Es un hombre romántico, que se aferra a cada mínimo afecto y se humilla si hace falta, está hambriento por amor, ¿eso lo convierte en un psicópata?. Ochenta y tres años y hasta hoy no puede tener una relación real, estable. Se siente solo, vacío y por el temor que lo persigue desde hace más de cuarenta años, no puede entregarse por completo a alguien más, porque teme que lo dañen aún más. Así y todo es un hombre romántico que ansía con todo su ser que lo amen, porque una parte de él todavía cree que se lo merece. 

¿Es un psicópata por desear tal cosa?

¿Por qué nunca triunfa en el amor?

¡Realmente necesita a alguien a su lado, que lo ame tanto como éste viejo se entrega al amor! 

A alguien que le recuerde terminar su café antes de que se enfríe.

Enrrolla el periódico y se pone de pié.

Espera a que el semáforo se ponga en rojo y cruza por la senda peatonal.

Es un psicópata porque en sus 83 años nunca nadie le entregó su corazón y alma tanto como él. 

Es una lástima.

Es un psicópata.


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