Caperucita Roja 4/4

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Dentro, olía a muerte.

El leñador, hacha en mano, entró despacio en la pequeña estancia. Unos pesados ronquidos llegaban a sus oídos desde el fondo, aguzó la vista y entonces lo vio.

Un bulto enorme tumbado sobre la cama, su barriga abultada caía hacia un lado.

El leñador apoyo su hacha en el hombro y avanzó despacio en dirección a él, sus pesadas pisadas resonando en la habitación y detuvo a escasos pasos del lobo. Como por instinto, el lobo movió una oreja en su dirección y abrió lentamente uno de sus ojos.

Ambos se miraron unos segundos, estudiando cada gesto del otro. El hombre a la bestia, la bestia al hombre. Después, el lobo terminó por abrir ambos ojos.

- ¿Qué has hecho aquí lobo? – preguntó el leñador.

El lobo mantuvo la mirada al leñador, luego resopló y dijo:

- Como si no lo supieras…

El leñador miró en derredor, todo ahí dentro estaba destrozado y manchado de sangre. Después volvió a centrar su vista en el lobo.

- ¿Lo has hecho?

- ¿Tú que crees? – respondió el lobo, a la vez que se daba pequeños golpes en su abultada barriga.

El leñador cerró los ojos y suspiró. Luego, acercó una silla próxima arrastrándola por el suelo y se sentó delante del lobo, colocando su hacha sobre sus piernas.

- Vaya desastre.

El lobo permaneció tumbado, sus ojos fijos en los del leñador. Este, comenzó a juguetear con su hacha, dándole vueltas despacio sobre sus piernas.

El lobo desvió entonces su mirada al hacha y gruñó suave y profundamente.

- Teníamos un trato, leñador.

- Lo sé, pero…

El leñador se puso en pie, sujetando el hacha con ambas manos.

- ¿Sabes lobo? Creo que no puedo confiar en una bestia como tú…

El lobo arrugó el hocico, enseñando sus fauces teñidas de rojo, gruñó amenazador antes de contestar.

- Me has engañado.

- Y ha resultado sencillo, gracias por tu ayuda lobo.

El lobo intentó incorporarse sin éxito, estaba demasiado lleno y pesado como para entablar una nueva batalla. El leñador agarró firme por el hocico al lobo, ambos cruzaron sus miradas, la bestia llena de ira, el hombre, de satisfacción.

- GGRRRR, ¡no! mis crías, maldito, me has engañado.

Sin responder, el leñador descargó un certero tajo con su hacha al cuello del animal, cercenándole la cabeza de forma limpia. El cuerpo del lobo se derrumbó sobre la cama, mientras la cabeza seguía sujeta en el puño de leñador, sus ojos color rubí aún fijos en los del hombre.

El lañador la contempló con cierto aire de repugnancia, luego, la dejó caer al suelo, emitiendo un golpe seco y sordo.

Observó nuevamente el interior de la casa de la abuelita, asintió despacio.

- Buen trabajo después de todo, lobo.

Limpió los restos de sangre del animal de su hacha, se la colocó nuevamente sobre su hombro y salió de la casa. Se alejó lentamente de aquel lugar macabro, a la vez, que silbaba una vieja melodía…

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