Hoy, Amelia, me dejé llevar por la corriente armoniosa de los recuerdos. Pensaba en ti, amiga mía y en aquella semana que pasamos en Sevilla. Sabes que no me gusta el Sur; demasiado calor y la alegría de aquella ciudad es demasiado.para mi taciturno carácter reposado e introvertido. Pero estabas tú.
Recordaba tu forma de dejar caer los brazos a los lados de la silla metálica, en el café del parque de María Luisa, con un gesto encantador, aunque algo disciplente cuando mencionabas los días últimos, antes de nuestro viaje. Habías dejado el despacho y necesitabas romper lo que se había convertido en un transcurrir rutinario. A la vuelta rompiste la convivencia con José Luis y alquilaste el piso en Vilanova.
Allí, en Sevilla, dimos grandes paseos y buscamos la panorámica de la amplia ciudad desde la torre inmensa. Frente a los ventanales de la circunferencia del piso más alto, te reias al explicarme la época de tus estudios en el colegio de monjas; tu rebeldía, tu negativa a aceptar reglas y normas rancias. Es tu manera de ser intrínseca; sigues siendo así, Amelia: irreductible y luchadora. Acabaste los estudios y en la Universidad destacaste por tu capacidad intelectual, pero también por tener un papel principal en las reivindicaciones estudiantiles. Fue cuando nos conocimos, ¿recuerdas? Te caí mal porque me atribuías una personalidad presuntuosa, que era por orgullo mi actitud; meses después comprendiste que era pura timidez, la que me llevaba a aparentar ser alguien desdeñoso y hasta despreciativo.
La tarde de primavera en que coincidimos bajando por la escalera central, hacia la salida de la Gran Vía. Nos saludamos. Fue la primera vez que vi tu sonrisa (¿fue también igual para ti?). Después sería lo habitual, sonreírnos al vernos, bajando la cabeza y continuando la conversación con quienes estuvimos en esos momentos. Pero, ese día de sol luminoso y temperatura ideal tú llevabas, ¡ah, lo recuerdo!, una blusa sin mangas, rosa, con cuello blanco, y un pantalón blanco a juego. Tu cabello estaba recogido con una cinta de lazo negro. Salimos a la avenida y nos despedimos, pero tú diste un paso atrás y me preguntaste si iba a almorzar. Asentí y caminamos hasta una cafetería cercana, ¿te acuerdas?
Empezamos a conocernos y a pasar algunas horas a la semana juntos, charlando de multitud de cosas y profundizando en los temas coincidentes. Se creó un vínculo entre los dos, un nexo particular. Luego, aparte, estaba el otro mundo de cada uno, la vida cotidiana en la que sólo entrábamos tangencialmente. Nuestra relación era un aparte, una isla cálida y suave, donde ambos podíamos ser nosotros mismos sin ataduras convencionales. Un jardín mágico en el que transcurrían paseos y conversaciones sobre nuestras cosas íntimas, sin disfraces ni reservas..¿Cómo llegamos a ser tan genuinos uno con otro, Amelia? ¡Seguro que fuiste tú, con tu personalidad, irradiando confianza y ternura, sensibilidad e inteligencia la que tejió esta relación tan hermosa, sin la cual mi existencia hubiera sido un paraje desértico!
Esto es lo que pensaba aquí en esta ciudad gris, que únicamente con tu recuerdo de hace llevadera.
Espero que pronto te comuniques conmigo. Quiero saber de ti y extraño nuestras conversaciones juntos.
Hasta luego, amiga.
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