Vivimos en una sociedad competitiva que potencia la idea del triunfador. La búsqueda del éxito personal es un eje vital que se inculca a las nuevas generaciones. Se hace de una manera inconsciente y de una forma sutil. Se convierte en algo tan 'natural' que no se concibe otra forma de interactuar socialmente.
A nuestro alrededor vemos un mundo jerarquizado y piramidal, donde el valor no son las características personales profundas, sino la imagen superficial que proyectamos; y esa imagen en gran medida es contemplada desde la óptica de la capacidad económica de los individuos. La riqueza personal deslumbra a quienes no la tienen. El valor básico no es otro que el valor de cambio. Las otras capacidades, las humanas, son apreciadas coloquialmente, hay una admiración a esos valores, pero al no proporcionar poder sobre los demás, son despreciadas; en ocasiones se envidian y generan otra forma de competitividad, ésta, negativa, los celos destructivos. El "poder" es la capacidad que tienen algunas capas sociales sobre otras, y algunos individuos sobre todos los demás. El poder genera una satisfacción tóxica, la de contemplar a quienes no lo tienen en situación de sumisión, pudiendo obtener de ellos un beneficio particular.
En nuestra sociedad el "poder" se expresa en la riqueza, la posibilidad de "comprar" cuanto se desea y a quienes se desea; de una manera directa o indirecta, inconsciente o consciente, disfrazada o abierta. Se compra a los demás por la necesidad de los demás; se compra la voluntad por un mecanismo involuntario. El auticonvencimiento juega el papel de justificación del sometimiento. Y para defender el envilecimiento personal ante la riqueza y el poder, se trata de destruir a cualquiera que no sucumba a la fuerza del modelo social dominante. De esta manera los individuos se ven obligados a cubrirse con una máscara ante los demás, pero a la vez a protegerse con una coraza, ya que la vida se convierte en pugna y en una selva donde la fuerza impera.
¿Cómo construimos nuestra coraza personal? Lo hacemos desde la cuna. La vamos tejiendo con la vista y el oído, con nuestra dependencia, con el conjunto de la herencia idiomática, con los gestos que la acompañan; es decir, más allá del lenguaje oral, con el corporal. Comprobamos los límites, las fronteras de lo admitido y lo permitido, de lo tolerado y lo punible, los premios y los castigos, las sonrisas y los enfados. Procuranoo evitar unos y lograr otros, y lo hacemos en contradicción con nuestros propios deseos y aspiraciones.
En lo profundo de nuestro ser hay una capa propia de nuestra especie, que se generó como especie de colaboración social para poder sobrevivir. Es ardua la labor de someter ese ser profundo a los rigores de un modelo de seres aislados interiormente. Construimos nuestra coraza protectora sin alcanzar a destruir nuestro yo humano. Cuando éste consigue aflorar sentimos la pinza asfixiante de la soledad y el yugo de vivir una vida que no es realmente nuestra ni nos proporciona felicidad y armonía interior.
Nuestra coraza no es sólo exterior: es una coraza frente a nosotros mismos... lo mejor que tenemos.
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