El matafuego de Ernesto

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- ¿Te gustaría pasar un lindo momento papi?
Me respondió, desde el otro lado del auricular del teléfono, la voz más gruesa y masculina que podía existir. Por alguna razón, que ahora en retrospectiva tal vez carezca de sentido, cuando leí aquel número de teléfono, seguido de la promesa de “Un lindo momento” escrita en la pared de aquel baño de hombres en una estación de ómnibus, había imaginado con encontrarme con la delicada y sensual voz de una mujer, pero allí se encontraba todo lo opuesto a lo que mi primitiva mente masculina sexual podría haber esperado. Ante aquella pregunta no respondí más que con silencio, llevado tanto por la sorpresa del interlocutor, como por mi curiosidad, la cual honestamente seguía siendo alta.
- ¿Seguís ahí bebe?
Volvió a la carga aquel interrogador misterioso, con un bramido rebosante de testosterona.
- …Si.
Finalmente respondí con el más tenue sonido que mis cuerdas vocales me permitieron.
- Bueno, te paso la dirección, vos venite cambiadito, limpito y perfumado, por las dudas también un cambio de calzoncillos y una tarjeta de crédito, si es posible internacional.
Escuche con la mayor de las atenciones todas las ordenes que se me iban dando, así como memorizándolas, al final, para aún más precaución, anote la dirección que me fue dictada en un trozo de papel, así como el día y el horario que se me fue asignado.
- Bueno, listo, te veo después bebe, un besito.
Dijo finalmente como despedida aquella voz y corto la comunicación. Quede, aun con el aparato pegado en mi oreja, en silencio y con la mente en blanco ante aquella conversación, la misteriosa voz masculina, lo bizarro de las ordenes y que camisa quedaría mejor con el jean negro que quería usar.

- ¡Fernando, un Criadores para el pibe!
Grito aquel hombre con varios kilos de más y una calvicie amenazante en su cabeza, mientras con una palmada en la espalda me hacía entrar aún más en aquel extravagante recinto.
- Vos quédate tranquilo, relájate, que ahora en un ratito baja Ernesto y la vas a pasar bomba.
Me decía mientras me hacía sentar un pequeño sillón de los varios que había en el lugar, así como otro hombre, de características casi idénticas a él, me daba un vaso con aquella bebida nacional, para luego los dos alejarse. Allí sentado solo, en aquella suerte de sala de espera excesivamente decorada, y admirando aquel liquido dorada, el único pensamiento que se había apoderado de mi mente era la interrogante de, acaso, ¿había dicho Ernesto?

Tengo que decir que me considero un hombre de mundo y no me impresiono fácilmente, también creo ser una persona de mente abierta, pero Ernesto, Ernesto era otra cosa. Debía tener por lo menos dos metros de altura, flaco y fibroso, como alguien que dedica gran parte de su tiempo al deporte, el cual, sin intentar ser racista ni nada por el estilo, a juzgar por el tono oscuro de su piel, con una obvia descendencia afroamericana, debía ser básquet, o tal vez maratonista.
- ¿Cómo andas lindo?
Me pregunto con una voz más suave de lo que se esperaría de alguien con esa presencia. Se acomodó un poco el delicado vestido de algodón azul floreado que llevaba puesto, el cual, tengo que admitir, caía muy grácilmente en alguien con su tan delgada fisionomía y procedió a sentarse frente a mí.
- ¿Todo bien?
Siguió con una gran sonrisa, la cual ponía bien a la vista una increíble cantidad de los dientes más blancos, y con un pequeño y delicado pañuelo, se quitaba un poco de la transpiración acumulada en su brillante calvicie.
- ¿Es tu primera vez acá bebe?
Solo pude responder con un leve movimiento afirmativo de mi cabeza.
- Bueno, vos no te preocupes, que la vas a pasar bomba… Te dijeron sobre la ropa interior extra, ¿no?
Volví, tanto por mis nervios, así como mi curiosidad, que aumentaba cada vez más, a responder con un gesto.
- Perfecto, es por precaución viste, a veces pasan sorpresas.
Mi mente se movía a un millón de kilómetros por segundo intentando en silencio dilucidar que tipo de sorpresas podían ocurrir en aquel lugar que requirieran ropa interior extra.

Tengo que admitir que una vez más sentí que Ernesto era un ser lleno de contradicciones. Su toque, en aquella habitación, a la cual tan amablemente me había llevado, era bastante suave mientras me iba quitando la ropa. Cuando quede en ropa interior, el muy amablemente elogio mis slips blancos, lo cual me incomodo un poco, pero definitivamente no tanto como si lo hacia la visión de lo que estaba ocurriendo en la entrepierna de aquel dulce afroamericano. Aquello no paraba de crecer, elevando cada vez más, cual carpa, su lindo vestido azul. Las dimensiones que aquello estaba tomando comenzaban a desafiar todo mi conocimiento sobre fisiología humana, y mentiría si no dijera que una suerte de preocupación comenzó a recorrerme el cuerpo.
- Vos relájate, respira hondo y pensa en algo lindo.
Me advertía con su gracial voz, mientras tomándome con una de sus exageradamente grandes manos la nuca, me hacía girar y apoyar mi torso sobre una cama.
- Respira tranquilo, que todo va a estar bien.
Seguía con una promesa que se sentía que cada vez se alejaba más de la realidad. Sentí como, sin nunca quitar una de sus manos en mi nuca, como con la otra bajaba mi pulcro slip blanco, y luego un pequeño ruido a plástico rompiéndose, mi curiosidad ante este sonido duro poco, ya que, a los poco segundos, cayó sobre la cama, casi pegándome en el rostro, el envoltorio de lo que supuse era un preservativo, por la situación y el momento, más que por el exagerado tamaño que aquello tenia, o todas aquellas advertencias en portugués que este tenía escrito por todos lados.
- Vos respira profundo bebe, al principio puede molestar un poquito.
Volvió con las advertencias, mientras sentía una de sus manos tomarme la cintura con fuerza. Si tuviera que elegir un momento específico para comenzar a rezar en mi vida, supuse que aquel sería el más correcto.

Como dije, no soy necesariamente una persona religiosa, o espiritual de ningún tipo. Todas aquellas historias que escuche sobre experiencias extrasensoriales, en donde los individuos que las experimentaban relataban como su conciencia se separaba de su cuerpo, siempre me parecieron disparates. Pero allí me encontraba yo, flotando en aquel lugar, viendo mi cuerpo sobre aquella cama, y Ernesto, parado detrás de este, introduciendo con violencia todo aquello que la naturaleza la había regalado sin pedir nada a cambio. Allí, elevado en la inmensidad del vacío, observaba como aquel afroamericano, destruía sin ningún tipo de piedad mi frágil cuerpo.

- Perfecto bebe, llámame, tenemos que repetir esto.
Me decía Ernesto, una vez que se había vuelto a colocar aquel delicado vestido azul, inclinándose sobre la cama y dándome un dulce beso en la mejilla. Quise responder de alguna forma, pero en aquellos restos que una vez llamé cuerpo, ahora desparramados en aquella cama, no me quedaba ningún tipo de energía para nada, Ernesto y su mágica entrepierna la habían consumido en su totalidad. Y Allí, sumido en mis pensamientos, repasando todos los bizarros hechos que habían conspirado para llevarme a ese momento.


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