En la esquina del tiempo, donde la memoria se oculta
habitan los invisibles, con sus historias adultas.
Sus ojos, ventanas del pasado, reflejan sabiduría,
en sus arrugados rostros, se enconde la alegría.
Y, sin embargo, los jóvenes, libres como el viento, los ignoran,
ciegos a la belleza y otros asuntos, que el tiempo añora.
La juventud, con su efímera arrogancia, niega la vejez,
como si fuera un obstáculo o un enemigo a quien vencer.
Oh, juventud temerosa, que a la vejez rehúyes,
ignorando la sabiduría que con ella te instruye,
aprende del tiempo, de la vida, ¡escucha!,
pues en la senda del anciano, la verdad es mucha.
Los años pesan sobre los hombros, la piel se vuelve frágil,
las enfermedades acechan, la soledad se hace fácil
Pero en el corazón anciano aún arde la llama,
un amor incontenible por la vida, que se inflama.
No los ignores, acércate, escucha sus andanzas,
son un tesoro incalculable, un legado de esperanzas
Aprende de sus errores, de sus aciertos e historias,
honra su sabiduría, alivia sus memorias.
Porque un día, sin prisa, pero sin pausa,
llegarás a la misma etapa, a las mismas auroras.
Y entonces comprenderás, con la mirada serena,
que la vejez no es un enemigo, sino una etapa llena.
Llena de recuerdos, de experiencias y de amor,
de la paz que solo da el tiempo, del perdón que sana el dolor.
Los invisibles son dueños y guardianes del tiempo y el comienzo,
un puente entre el pasado y el futuro, un lienzo.
Un lienzo donde se pintan las huellas del camino,
las lecciones aprendidas, donde se define el destino.
No los ignores, ¡míralos!, ¡escúchalos!, ¡abrázalos!,
porque ellos son la historia, la memoria: los abuelos, ¡quiérelos!
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