HOPPER #2

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Coche 293

   La visión de la soledad no la retrata Hopper solamente en los personajes, sino que hace personaje también a lo inanimado. Los objetos más corrientes, el paisaje, los edificios, también son muestras descarnadas de la soledad de los individuos en la sociedad desarrollada. Desarrollo social corre parejo a la desocialización de las personas, resultan sujetos aislados entre sí. El silencio gana la partida a la comunicación. El sujeto es sujeto en sí, introspectivo, incompartido, mudo y sordo a la sociedad humana; sólo se encuentra para sí en las cosas y objetos que lo rodean; es ser vivo entre los seres muertos. Los espacios también juegan un papel de marginación del individuo, contribuyen con su amplitud al empequeñecimiento de la persona, un raquitismo propio de la sociedad avanzada en que lo grande, lo masivo, lo destacado son las cosas por ellas mismas, no las cosas que sirven a la realización del sujeto. El sujeto es transformado, así, en un objeto más, sin sus sentidos corporales activos: enervación frente a una realidad que no representa el alma, el espíritu y el yo en que el sujeto se pueda realizar.
El compartimento está vacío de otra humanidad que no sea la pérdida humanidad del personaje femenino. Los desangelados tonos y la planitud de los colores contribuyen al desasosiego de la instantánea  captada por el artista.
La fusión de la mujer es la fusión con el objeto directo con que contacta, el dossier o la revista a la que atiende con cierta displicencia. Ella ocupa un rincón del amplio y cómodo asiento, incluso con el resultado de una cierta contradictoria incomodidad. Su rostro se esconde, incluso cuando no hay motivo aparente para proteger su anonimato. Completamente de negro, rompe el presumible luto con la sensualidad de sus piernas cruzadas, con el brillo cómplice de las bien torneadas rodillas.
El paisaje también es poco detallista, simple en la expresión de su contingencia. La soledad angustiosa de la arboleda oscura, amenazante hasta cierto punto, replica la carencia de colorido del vestido de la joven. El puente, vacío de toda vida, carece de personalidad que lo distinga y dé una fisonomía arquitectónica  particular a su simplicidad utilitaria.
 ¿El atardecer o un comienzo de día aún tibio? No lo sabemos con certeza pero, de alguna manera, sentimos el deseo de que el personaje encuentre un alivio, reconfortándose con la hora del sueño, reencuentro consigo misma donde la punzante soledad se disuelva en el mundo de los sueños.


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