LOS VERANOS SON PARA ENAMORARSE (0.0) -II-

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LOS VERANOS SON PARA ENAMORARSE (0.0)


                               DIMAS
                                   (II)

 

La esperé en la intimidad cerrada de mi habitación. Llegó cansada y tomó un baño refrescante. Salió con su piel reluciente, desnuda. Nos acostamos e hicimos el amor repetidamente durante la noche, hasta quedar agotados y nos dormimos. Al día siguiente regresaban mis padres. Cuando me desperté, Dimas estaba cepillándose el cabello sin prenda alguna sobre el cuerpo, pura y bella. Se vistió con su uniforme de trabajo y después de un largo y tierno beso, salió de la habitación discretamente.
Ella estaba trabajando y yo, de manera traviesa, jugando a las casualidades cómplices, hice por cruzarme con ella por los pasillos. Al terminar su turno regresó reservadamente a mí habitación. Yo había pedido cena y la esperaba. Después de cenar con las manos estrechadas nos besamos y nos acariciamos repetidamente hasta que nos acostamos desnudos. Volvimos a hacer el amor, fuimos amantes cuidadosos el.uno del otro, buscando consideramente el placer de cada uno. Así seguimos de nuevo hasta el amanecer, cuando caímos tebdidos y sudorosos en un sueño profundo.
Mis padres volvieron con prisa de marcharse. Teníamos un vuelo programado para las 12,30. Mi corazón se disparó, se deshinchó y dejó de latir muchos segundos. "Yo me quedo. Hasta septiembre no comienzan las clases (faltaban cuatro días)". No podía ser, adujeron ambos. Yo me quejé, protesté, rogué, adulé, supliqué... en vano. Salí enfadado visiblemente de su habitación y busqué a Dimas desesperadamente por todas las plantas, enloquecido por la rabia y el dolor. No estaba en el comedor ni en las instalaciones tampoco. Fui a la recepción y pregunté por ella, el administrativo sorprendido y con cierta alarma me preguntó si al señor le había ocurrido algo o tenía alguna queja. De repente reaccioné y con una sonrisa respondí que en absoluto; que estábamos muy contentos con su atención y quería despedirme porque dejábamos el hotel. 'Hoy es su día libre", respondió, mientras el mundo se derrumbaba a mi alrededor y una ola de abatimiento ocupaba el lugar de mi anterior desesperación. El rayo del cerebro me asistió. Pedí un papel y un sobre anoté disimuladamente mi teléfono en el mismo, y haciendo ostentación introduje, ocultando por debajo el papel, un billete.de 50 euros; cerré el sobre y escribí: Dimas. Lo entregué sonriendo al hombre y aparentando despreocupación regresé desesperado y triste a la habitación, donde hice mi maleta. Tres horas más tarde estábamos de regreso en París y yo seguía desolado. La desolación dejó paso a la esperanza.
Nunca supe nada más de Dimas. El verano siguiente volví yo solo al hotel y la busqué en vano, pregunté y me dieron razón: se había despedido al mes siguiente y no supieron más de ella ni tenían señas.
Al cabo de todos estos años a menudo, en las soledades de la noche, en algunos paseos por las playas me oigo repetir: "Dimas..., Dimas..., Dimas".


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