En nuestra relación con el entorno y con otros seres humanos establecemos una serie de valores según una escala relativa, distintos puntos de referencia. En lo que respecta a nuestra vida social, esos puntos constituyen una escala de valores personales que tratamos de hacer encajar en el conjunto de nuestro intercambio con los demás seres humanos, dentro de un modelo de relaciones mutuamente aceptadas de manera implícita; es decir que nuestros parámetros tienen que encajar dentro de un patrón de conductas comúnmente aceptadas, para formar parte de esa comunidad de relaciones y sus valores.
De lo anterior se deriva que cuanto más hacemos nuestros los parámetros sociales de comportamiento, los objetivos que guían nuestros actos y las formas de actuación socialmente aceptadas, más formaremos parte del grupo social a que correspondamos y gozaremos de mejor trato por parte del resto de los componentes de nuestra colectividad social concreta. Esos lazos se van reforzando periódicamente en base a la continuidad del intercambio de cada individuo con la colectividad, grupo o familia a la que pertenece por su origen o adscripción accidental o voluntaria. Nos vamos acostumbrando a relegar nuestra propia escala de valores para asumir las de la mayoría social dominante, aun a costa de una vida maquinal, como si fuéramos clones. Los parámetros "oficiales", su forma de ver la vida, su moral, sus aspiraciones, sus objetivos de convierten en los nuestros, vaciándonos y convirtiéndonos en zombies, en seres alienados.
Pero, ¿qué ocurre cuando el individuo por su evolución o a causa de sus inquietudes culturales interiores, sus intereses particulares u otras causas, comienza a no sentirse a gusto bajo esos parámetros socialmente aceptados, los cuestiona siguiendo su propia moral, sus convicciones y principios? La presión del medio imperante le obliga a una automarginación, y sufre, a su vez, una marginación, un señalamiento, un alejamiento del grupo, de la manada, del rebaño social. Es el precio que debe pagar quien desee ser coherente consigo mismo. Como decía una compañera de viaje hace bastantes años, "es el precio de la lucidez".
¿Y esos parámetros, esa escala de valores sociales dominantes aceptados mayoritariamente, en dónde nacen? Son el resultado de las condiciones sociales hegemónicas, del modo material —económico— de relaciones sociales entre los individuos. Son la forma en que esas relaciones entre los individuos de una sociedad dada adquieren consciencia de sí; los reguladores de los comportamientos congruentes con la base del modo material en que viven los individuos de una comunidad concreta, en un momento concreto de desarrollo de la sociedad.
La contradicción entre esos principios dominantes y los principios de los individuos, cuando no son ahogados y, luego, apagados por el "sentido común", el 'hacer lo correcto", etc., ponen de manifiesto que todos los parámetros sociales no son una constante, intrínsecos a la persona humana, permanentes y eternos, sino transitorios y mutables. Por eso, en toda esta larga preHistoria de la Humanidad, hay una continua y constante lucha entre el ser individual 'en sí ' y el ser individual 'para sí ', y el instrumento principal para la identificación de ambos "yo" del homo sapiens, no es otro que el desarrollo de la consciencia frente al automatismo de las ciegas condiciones de vida, que se nos imponen como barreras invisibles para lograr la realización personal y la felicidad individual.
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