¿Por qué escribimos?
Pues, sí, la pregunta es necesaria y la respuesta importante. Quienes escribimos por afición respondemos a la pregunta con su primera afirmación: por necesidad. Escribir por sí mismo, sin otro objetivo se parece a aquello que poéticamente el gran José Martí expresó así: "Y antes de morirme quiero / Echar mis versus del alma".
Se escribe, primeramente, escuchando la voz interior que nos susurra en los lugares más dispares y en los momentos más insospechados. Tal vez se parece más que a un destello a un manantial delicado que destila aquello que ha ido recogiendo la mente extrayéndolo de los sentidos cuando ya ha reposado, madurado, sedimentado y purificado en lo más interior del ser. Después va tomando forma aquel contenido y finalmente, superando las limitaciones que impone la timidez y el miedo, tratamos de llevarlo al exterior de una forma comprensible.
Hay una parte que escapa al escribiente. Creo sinceramente que la parte más importante. La narración puede tener un detonante consciente, es verdad; pero una vez hecho manantial
Ya no nos pertenece del todo, fluye por un sendero propio y nos lleva a nosotros con el relato; más bien somos parte del texto y no "creadores", sino acompañantes de la historia (tanto da el género o el estilo). El proceso es básicamente inconsciente, aunque creamos que estamos elaborando con un propósito y busquemos una arquitectura para el relato.
Otra cosa es aquella obra escrita por profesionales, cuyo objetivo difiere del espontaneísmo de quienes escribimos para saldar una deuda con nuestro yo y, tal vez, contra aquello que repudiamos en lo que de violento, farisaico, mendaz y manipulador tiene el mundo en que vivimos.
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