El matafuego de Ernesto (3)

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- Que calor, la concha de la lora.
Se quejaba para sí mismo y casi a los gritos aquel viejo conocido, mientras, como ya era habitual en nuestros encuentros, me llevaba casi a la rastra hasta mi ya acostumbrado asiento del lugar.
- Hoy Ernesto te tiene preparado algo especial, no sé qué es, pero la vas a pasar bomba seguro.
Me dijo con una sonrisa que causaba más preocupación que otra cosa y guiñándome un ojo mientras se alejaba.
- Fernando, un vermut para el pibe que esta cagado de calor.
Grito mientras se acercaba a la barra del lugar.

- Este es mi amigo.
Me expreso muy feliz y orgullosamente Ernesto, mientras con sus manos me señalaba aquel hombre a su lado. Tenía una semblante oscura, definitivamente con aires norteños en su rostro, específicamente de la zona de Bolivia me aventuraría a decir. Era, también, notoriamente más bajo que Ernesto, pero definitivamente mucho más grueso de cintura, veía como aquella camisa que supo alguna vez ser blanca, luchaba una batalla perdida para contener escondido aquel abultado abdomen. Este se me acerco, y paso su brazo por mi espalda demasiado amigablemente para mi gusto.
- Me llamo Ramón y manejo un camión…
No termino la frase, no era necesario, ya todos allí sabíamos la dirección que este encuentro iría. Una vez más, con preocupación recorriéndome el cuerpo, suspire y acepte mi destino.

Lo que más me había sorprendido es lo bien que habían calculado el talle de la ropa. Aquel uniforme escolar me quedaba a la perfección, como hecho a medida, a pesar de haber dejado la vida escolar hacía varios años atrás, y mi cuerpo no era necesariamente el mismo. Pero aquella indumentaria, previamente elegida para mí, me quedaba muy bien, evocando gratos recuerdos de aquella época de mi vida, a pesar de ser algo diferente a la que usara, después de todo no recuerdo en ningún momento haber usado una falda escocesa con una camisa blanca tan corta que apenas me llegaba al estómago. Pero allí estaba yo, en el centro de la habitación luciendo aquellas delicadas prendas, a la vista sonriente de Ernesto y su amigo Ramón.
- Pero que linda esta.
Dijo Ramón, siendo el primero que se me acerco, mientras con una gran sonrisa tocaba mi falda. Luego Ernesto se me acerco e hizo lo mismo, los dos rodeándome, cual leones hambrientos preparándose para arrojarse sobre aquella preciada presa.

Después de una breve discusión, de la que yo solo fui participe como oyente, ya que me encontraba colocado en aquella conocida posición, inclinado y dándole la espalda a mis verdugos, se había llegado a la decisión de que sería Ramón el primero en actuar. Pude sentir como me tomaba con sus dos manos abiertas la cintura, acomodando mi blanca y débil humanidad en posición para aquella encestada mortal, sin antes haber acomodado por sobre mi espalda muy delicadamente la falda que tanto se notaba que le gustaba.
- Vos tranquila linda.
Me dijo despacio al oído para tranquilizarme, yo no le respondí, no quería romperle el corazón y hacerle notar que ni sus palabras ni su tono lograban transmitir ese mensaje.

El pueblo boliviano está compuesto por gente muy noble y orgullosa de su historia. Tras una existencia llena de conflictos externos e internos, siempre perseveraron con dignidad y sin perder su identidad. Definitivamente una nación de hombres fuertes, pensé para mis adentros, mientras de a poco iba perdiendo todo tipo de sensibilidad de mi cintura para abajo. Solo el bramido de Ramón, expresando el amor tanto a su patria natal, como lo que mi humanidad le estaba ofreciendo en aquel momento se escuchaba en el lugar. Fuera de mi estrecho, en ese momento, campo de visión, pude sentir la mirada llena de orgullo de Ernesto, como afortunado único espectador ante aquella imagen de cofradía latinoamericana. También pude notar como se estaba masturbando salvajemente.

Es difícil medir el tiempo en las condiciones que allí se daban, pero fue gran parte de la noche en que Ernesto y Ramón se iban turnando en aquella empresa para cuyo único propósito era la destrucción masiva y absoluta de todo mi honorable ser. No fue hasta entrado el amanecer, cuando los primeros rayos del alba se colaban por una pequeña ventana y comenzaban a abrazarme, que de a poco mi conciencia dio sus primeros pasos en volver. Recostado inmóvil en la cama, pude ver como Ernesto y Ramón, ya vestidos, procedían a saludarse, en lo que es comúnmente conocido por la juventud actual como un “hi-five”, y con las pocas neuronas funcionales que quedaban en mi cuerpo, mi único pensamiento era cuanto deseaba unirme en aquella honorable salutación.


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