El nuevo día ha ido rasgando la tela de la noche. Las palabras de ella son tan suaves como la almohada que recoge sus pensamientos nocturnos. El té humea y abre los postigos con la esperanza, nunca frustrada, de encontrar una nota en el alféizar de la ventana. Se da cuenta de que su alegría interior, al ver la blancura virginal y pura del tejido en que están escritas las palabras de su amiga íntima, la que ha penetrado en su ser para formar parte de sí, ha dibujado una sonrisa física que refleja el platito donde reposa la taza que deja escapar su aromático aroma.
"Buenos días, amiga, buenos días, alba reluciente, alba que trina, como el extraño pajarillo que todas las mañanas, en la escondida rama del cercano roble. Buenos días"
La promesa se construye espontáneamente ¿cada día? No, se dibuja en nuestro lienzo cada instante. "Buenos días en este nuevo día, alba de mi alma, tu calor reconforta mis sentidos y... ¡florece! Es decir... ¡gracias!
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