UN VERANO DE COLOR SEPIA 2

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- Que tranquilo es este sitio - dijo de pronto el primo de María llamado Enrique que era un joven soltero que estaba empleado en la multinacional en la que trabajaba su tío Carlos-. Ojalá en Barcelona de una vez por todas reine la calma y la paz- añadió éste refiriéndose al caos social que se vivía en la ciudad a propósito de los atentados terroristas con bombas de los anarquistas contra la patronal, seguido por el pistolerismo que estaba propiciado por los vengativos fabricantes quienes contrataban a sicarios para que asesinaran a tiros en plena calle a los líderes sindicalistas, razón por la cual era muy peligroso deambular por las calles de Barcelona.

Sucedía que 1919 fue un periodo de prosperidad para el mundo industrial gracias a las exportaciones de infinidad de productos a los paises implicados en la Primera Guerra Mundial. Sin embargo había una enorme inflación que encarecía a los alimentos; esto sumado a las injustas desigualdades sociales puesto que afectaba a la clase obrera que había emigrado del campo creo tal malestar en la población que dio lugar a la espiral de violencia que se enseñoreaba por doquier.

- Sí. A este país lo que le conviene es un gobernante fuerte con autoridad; un militar que acabe con este desastre y que vuelva a imperar la Ley y el orden- repuso en un todo categórico el padre de María, que era un hombre tan alto y delgado como enérgico y de un seco talante como eran la mayoría de los hombres de aquel tiempo.

Aquel comentario fue profético, porque poco después se instauró la dictadura en la nación del militar Miguel Primo de Rivera.

-¿Sabéis? He leído en el periódico que en Inglaterra las sufragistas cada vez se hacen más fuertes. Quieren intervenir en la política- explicó Enrique con una maliciosa sonrisita..

-¡Ay Señor! No sé a dónde iremos a parar - se lamentó María-. Estas mujeres son unas desvergonzadas al quererse meter en política. Pues el puesto de la mujer en este mundo es casarse con un buen partido que la mantenga, cuidarse de los hijos y del hogar y nada más- dijo ella que estaba muy influida por aquel sistema radicalmente tradicional.

Entonces Enrique se sacó del bolsillo de su chaqueta una pequeña máquina fotográfia que había comprado a buen precio, e instó a la familia para que se juntara en grupo y hacerles la fotografía que era precisamente la que había encntrado Sergio Rius en la consola.

En aquel pequeño pueblo como en cualquier parte los domingos al mediodía todo el mundo iba a la iglesia a oir misa que solìa durar un tiempo indefinido hasta el punto de que alli ya no cabía ni un alfiler; aunque  y quien se negaba a asistir al Santo Oficio estaba mal visto y se le consideraba un ateo empedernido que estaba al margen de la ortodoxia oficial. Tras el acto religioso venía un sustancioso aperitivo en un bar-restaurante del pueblo, seguido de un copioso almuerzo. Por ello no era ninguna novedad que muchos señores de la burguesía murieran como moscas de una aplopegía si no quedaban inválidos en una silla de ruedas.

María y su famiia como todos los demás también asistieron al acto religioso y cuando salieron del templo.María se encontró con su vieja amiga Victoria que a su vez había sido compañera de la escuela de monjas a la que habían ido. Esta era una mujer alta y rubia con una mirada azul perdida en el infinito y con una entristecida expresión en los ojos.

-¡Victoria, que gusto volver a verte- la saludó María con alegría. Pues ella desde  que se hbía casado le había perdido el rastro-. ¿También veraneas aquí?

- Sí. Yo también me alegro de verte - respondió Victoria sin ningún entusiasmo-. Ya sé que tienes unos hijos preciosos.

-- Pues sí. Ya ves. Me han dicho que te has casado. ¿No es asi?

- Sí, si... Pero ahora todo el mundo me mira como a un bicho raro y me critica - expresó Victoria fuera de sí.

- ¿Pero qué dices mujer? ¿Por qué te critican? - se extrañó María.

- Porque yo no soy una mujer como las demás.

- ¿Es que no eres feliz con tu matrimonio?

-¡Ja! Mi matrimonio - dijo con sarcamo Victoria- ¡Quién me lo iba a decir! ¡No sabes la suerte que has tenido con tu marido! En cambio mi esposo y yo somos como dos hermanos- confesó ella en voz baja para que nadie la oyera.

- ¿Cómo es eso?

-¡Que él no me toca! No es como los demás hombres. Así que de quedar embarazada nada de nada. ¿Entiendes? Y por eso la gente me critica a mis espaldas. Dicen que la culpa es mía.¡Si supieran!

En aquellos años cuando una pareja se casaba se pensaba que una mujer a los pocos meses ya debía de estar embarzada. Era lo estipulado. Pero si esto no ocurría es que algo fallaba y la culpable de la anomalía casi siempre era la dama en cuestión. Que ella no era bastante cariñosa, que era fría o estéril y otras muchas tonterías que eran fruto de una supina y atrevida ignorancia.

- Pero la culpa es de él. ¡Estoy segura! Mi marido es un impotente. Esta es la verdad- dijo Victoria.

-Bueno mujer. Yo creo que lo conveniente es que lo vea un médico. A lo mejor el problema se soluciona - opinó María con buen criterio.

- Ya.Pues eso díselo a mi esposo.¡A ver qué te dice! - expresó Victoria en un tono entre escéptico e histérico.

                                                                               CONTINÚA

 


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