En una pequeña aldea de pescadores de Islandia existe una pequeña leyenda, que dice...
De entre las olas furiosas una mañana de octubre emergió una sirena muy bella llamada Aneleh a la que la tormenta marina condujo a la costa.
Confundida, salió a la superficie a respirar y vio sobre el promontorio a Mathias besando a Irdha. Aneleh quedó prendada por Mathias y envidió a Irdha. Quería ser ella quien sintiera el abrazo y los labios de Mathias.
Cuando los jóvenes se separaron, Mathias montó en su barca y se fue a faenar. Lanzó su red y se sentó mirando la danza de las blancas olas. Aneleh, que había seguido el rumbo de la barcuela, comenzó su cántico embriagador. El joven pescador se estremeció de placer al escuchar la melodía de la sirena y buscó por todas partes la procedencia de la suave canción del mar. En eso, apareció por la popa la bella cabellera rojiza de Aneleh y Mathias se asustó vivamente y cayó por la borda. Con una potente brazada Aneleh lo tomó entre sus brazos y lo recostó sobre su espalda subiéndole de nuevo a la barca. Mathias con los ojos desorbitados y tiritando, se acurrucó atemorizado en un rincón de la barcuela, entre las nasas y las sogas. Aneleh, colgada del borde de la frágil embarcación, sonrió y volvió a iniciar su bello cántico, pero el joven se abalanzó sobre sus remos y violentamente trató de alejarse y regresar a la costa.
Aneleh no entendía ese comportamiento y aturdida se sumergió bajo las olas, pasando por debajo de la navecilla, de babor a estribor. Pero su enamoramiento era tal que siguió con la melodía. Cuando ya estaban muy cerca de la playa, la sirena volvió a salir a la superficie y, tan pronto la vio Mathias intentó golpearla con un remo, con un rictus de horror en los labios. Aneleh pareció enloquecer de amor y de celos, pues pensaba en que Mathias volvería con Irdha y no soportaba recordar el abrazo y el beso de los jóvenes. Así que cerró con todas sus fuerzas sus lindos ojos verdes almendrados y deseó que el joven pescador de convirtiera en piedra.
Inmediatamente barca y pescador se transformaron en una roca a pocos metros de la playa. Y Aneleh se encaramó a ella acariciando su superficie plana y pulida. Pero seguía teniendo en su pensamiento el cuerpo del muchacho, sus cabellos ensortijados, su cuerpo delgado y la forma en que posó sus labios en Irdha. Llena de pesar y de dolor, comenzó a llorar por su sueño desaparecido, y ese llanto alertó a Irdha que buscaba a Mathias. Quería explicarle que se sentía vacía y que no lo amaba tal y como él la amaba a ella. Ese canto lleno de dolor atrajo a Irdha como un imán. Siguiendo ese sonido, caminó hasta la parte más rocosa de la playa, donde se encontró a una hermosa sirena llorando desconsoladamente. Inmediatamente quedó hipnotizada por ese cabello azul y esos ojos llorosos que brillaban como el océano bajo la luz del atardecer.
Ambas comenzaron a hablar y descubrieron que tenían muchas cosas en común, incluso se habían fijado en el mismo hombre. Ambas contaron lo que sentían, con tal complicidad y compenetración que se sorprendieron enormemente. ¡Parecían conocerse desde siempre!
Pasaron los días, y cada tarde se encontraban al atardecer, veían la puesta de sol, se contaban cosas de sus respectivos mundos y reían sin parar. Un día, sus labios sellaron un amor lleno de dificultades y desafíos, pero a pesar de ello su conexión crecía sin parar cada día que se encontraban.
Una tarde, mientras observaban juntas y agarradas de la mano la puesta de sol Aneleh le expresó a Irdha su amor y deseo de estar junto a ella para siempre. Irdha con los ojos tristes acarició con mucho cariño la cara de su amada, diciéndole que nada deseaba más, pero que era algo imposible, ya que ella no podía sumergirse en el mar así como Aneleh no podía vivir en tierra firme.
Aneleh sonrió y le explicó que sí había una manera... Si ambas lo deseaban se convertirían en piedra y así, abrazadas estarían juntas para siempre.
Ambas cerraron los ojos y fundidas en un abrazo lleno de amor, sellaron su futuro juntas en aquel rincón aislado de la playa donde se vieron por primera vez.
Y desde ese día, muchos de los jóvenes enamorados de la aldea, una vez al año, en el mes de octubre, van en barca a la roca, a recordar cómo el amor unió mar y tierra para toda la eternidad.
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