Anochecer en Varsovia
Amanecer en Beijing
Como dijo Kavafis: es el viaje, la Ítaca es el propio viaje. Si tienes la suerte de tener una compañera de viaje que despide chispas con cada una de sus palabras y estrellas que entran como una brisa por tu piel, eres afortunado y disfrutarás de cada instante del trayecto, recalarás en puertos de una incomparable belleza, descubrirás en todo una parte de ti mismo, senderos sembrados de flores fabulosas, de seres reflejo de sí misma; sentirás el calor de su mano, verás los amaneceres que vean sus ojos, las estrellas que en la noche derramen versos que sean burbujeantes murmullos en tus oídos. Agradece, entonces, oh, viajero, el beso de la madre naturaleza en tu cuerpo y sé con ella inmortal.
Deja que coloque en tu huella la palma de mi mano. Me acomodo en una parte de tus sueños. Un parpadeo tuyo. Tu gesto. La mirada en una palabra mía. Tu palabra en este anochecer.
Un nuevo amanecer
El alba se desliza levemente sobre el horizonte, dibujando el cielo de suaves colores bajo la neblina. La ciudad despierta, despacio, y poco a poco, los ruidos de una gran ciudad anuncian el nuevo día. Las urracas discuten entre ellas como cada amanecer y ahí, en ese momento, entiendo que cada día es un lienzo vacío para nosotros, una oportunidad para compartir, para disfrutar, para crear, para no sentirnos solos y así con el corazón lleno de esperanza, di un nuevo paso hacia lo desconocido, al horizonte del nuevo día; y como siempre en buena compañía, la tuya... la mía.
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