Por fin tuya

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Estaba en el apartamento de Doi Coco?i.
Sentados en el sofá.
Querías tocarme, pero te daba un poco de miedo.
Al final, empezaste con la cara y poco a poco bajaste hacia mis senos.
Me pediste que me quitara la blusa y yo lo hice.
Me desnudé.
Me quedé solo en calzoncillos.
Estabas tan emocionado!
Tenían ganas de tocarme en todos los lugares.
Poco a poco empezaste con los senos. Solo suavemente. Un pezón, el otro. Estabas desesperado, pero no querrías apurarte.
Bajaste con las manos en mi abdomen.
Me pediste que te deje que te pongas enfrente de mí para verme.
Y lo confirme con la cabeza.
Querría que me tocaras.
Que lo hicieras con ese deseo tan grande! Con tu desesperación, pero al mismo tiempo con delicadeza.
Te arrodillaste.
Me pusiste las manos alrededor de mi cintura. Me apretaste fuerte.
Tu cara estaba a la altura de mis senos.
Te acercaste de ellos. Respirabas rápidamente. Luego, un suave beso en cada pezón. Pero querrías más. Me preguntaste con la mirada si te doy permiso de más.
Te dije con la mirada que sí.
Y cuando metiste uno en la boca, me arqué de manera instintiva.
Tu boca jugaba con uno, luego con el otro.
Las manos bajaron. Las palmas estaban sobre mis caderas, los dedos entre la tela de los calzoncillos y mi piel.
Empezaste a jadear.
Subiste las manos de nuevo.
Cogiste mis senos con tus manos.
Un beso tierno entre ellos. Justo arriba del pecho.
Y luego tu atención se concentró en la parte de más abajo.
Una vez más me agarraste por la cintura y me tiraste un poco hacia ti.
Bajaste con los besos hasta el ombligo y luego justo donde empieza mi sexo con la nariz.
Desde cuando quisiste olerme???
Ahora tenías la oportunidad.
Yo te miraba. Tenía curiosidad.
— ¿Estás segura?
— Sí!
Entonces me pediste que te deje que me bajaras los calzoncillos.
— Quiero una toalla! Estoy tan empapada!
Y te levantaste para traerme una.
Me cogiste la mano y me levantaste del sofá. 
Pusiste la toalla y luego paraste para verme.
Me pediste que diera la vuelta.
Querías ver mi culo. Con el que soñaste tantas veces…
Una suave acaricia en cada nalga!
— Dios, eres preciosa!
Subiste con las manos en mi espalda.
Luego me cogiste en los brazos.
— Mira que despiertas en mí! Soy tan duro para ti.
Y me pegaste a ti.
Sí, sentí tu polla muy, muy hinchada.
Me ponía a cien sentir esto.
Que yo era la que despertaba esto en ti. A mí me reventaba! Me dolía de lo excitada que era.
Pero quería más.
Después de olerme y pasar una vez más las manos por mis manos, mi espalda, mis nalgas, me diste la vuelta y me ayudaste a sentarme en el sofá.
Me ayudaste a quitarme los calzoncillos también.
Me pediste que te los deje. Que los guardes. Que los tengas como recuerdo cuando vuelvas a tu país.
Pero me daba un poco de vergüenza. Estaban tan húmedos… Dios! Cuando por fin estuve desnuda ante ti, estabas tan alterado. Respirabas tan hondo. Temblabas.
Tus manos se acercaron con delicadeza de mi abertura.
Gemíamos los dos cuando pusiste tus dedos largos sobre mi clítoris. Luego bajaste más abajo… lentamente, tan lentamente. Yo jadeaba! Me arqueaba. Tus dos dedos se pasaban a lo largo de mis labios.
Estabas encantado de sentirme por fin! Y una vez más… tocaste mis labios. Sé que son más grandes, pero por eso te encantan. Puedes cogerlos entre tus dedos y frotarlos, jugar un poco con ellos. Y que delicioso jugabas. Te concentraste de nuevo sobre mi pussy. Vi que bajabas la cabeza.
Querría pararte. Me entró el pánico. Pero solo cerré los ojos y te dejé. 
Tus labios me tocaron.
Me agarraste fuerte de la cintura y sacaste la lengua y te la pasaste en mi punto sagrado haciéndome círculos y lamiéndome hasta perdí la cabeza.
Cerré las piernas.
Quise cogerte del pelo. Me volvías loca, pero levanté las manos y me agarré de la parte de arriba del sofá.
Te dije que pares.
Querría correrme.
No me dejaste. Que locura! Que intenso.
Al final, quitaste la cabeza y me cerraste las piernas y yo estallé en un delicioso orgasmo. Era libre de gritar. Y sí, aunque no lo hice hasta entonces, grité un poco.
Estabas en el cielo viéndome. Me pediste que me levantara y me llevaste en el dormitorio. Me tendiste en la cama. Me mirabas con mucho deseo. Tanto que apenas podía mirarte yo a ti.
Y te desnudaste.
Y vi tu erección.
Una vez más me preguntaste si estás todo bien.
Yo dije que sí.
Me tendí de espalda.
Te pusiste un condón, y te subiste sobre mí.
Estaba bien excitada e hinchada.
Tu eras emocionado.
No podías creer que por fin lo hacías.
Empezaste a besar mi barbilla, mi cuello y te hiciste el coraje de entrar en mí.
Tus jadeos eran muy profundos.
Gritabas fuck, fuck, fuck.
Te daba tanto placer mi pussy húmeda y estrecha.
Me dijiste que lo sientes pero me deseaste tanto que vas a correrte.
Y lo hiciste.
Te sentí.
Unos segundos el mundo paró.
Fue tu más profundo orgasmo. No querrías salir aún. Cuando lo hiciste estabas tan feliz. Me encantó verte así. Me cogiste en los brazos y nos quedamos así un rato largo.


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