El sueño

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Enviado el , clasificado en Intriga / suspense
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Cuando me di cuenta, estaba en aquella extraña habitación oscura y repulsiva, repleta de polvo que flotaba en el aire viciado, con las paredes amarillentas como si el tiempo las hubiera abandonado. Me sentía extenuado, como si hubiera estado todo el día trabajando en la fábrica con mi abuelo, levantando cajas pesadas y llevándolas de un lado a otro. Un crujido rompió el silencio, y me di cuenta de que no estaba solo. En la esquina más oscura, un niño estaba sentado, encogido sobre sí mismo. Parecía asustado, con los ojos muy abiertos, como si él también acabara de despertar en este lugar.

Me acerqué despacio, tanteando el suelo con mis pies para no asustarlo más. Le pregunté si sabía qué estábamos haciendo allí, pero no respondió. En su mirada cautelosa había algo que me incomodaba. Era como si supiera más de lo que decía, como si tuviera miedo de contármelo. Lo intenté de nuevo, pero esta vez, me apartó la mirada con más insistencia.

Me senté a su lado, en silencio, esperando que mi presencia lo tranquilizara. El tiempo pasó lentamente, o al menos eso parecía. No podía saber cuánto exactamente, ya que no tenía reloj, y la habitación carecía de cualquier referencia. De repente, la única puerta que había se abrió con un chirrido espeluznante.

Apareció un hombre desaliñado, sosteniendo un candelabro cuyo débil fuego apenas iluminaba su figura. Llevaba unas cadenas colgadas de sus huesudos brazos, y su cuello estaba cubierto de cicatrices grotescas, fruto de crueldades indescriptibles. Su rostro, parcialmente deformado, parecía el de alguien que había sobrevivido a un incendio muchos años atrás. El conjunto era tan aberrante que, sin poder evitarlo, solté un “¡qué bárbaro!” que resonó en la estancia vacía.

El hombre levantó la cabeza y me miró. Con un movimiento lento, sacó algo de su bolsillo mientras se acercaba.

Me desperté empapado en sudor, atrapado entre las sábanas de mi cama. Mi respiración era rápida, y mi corazón aún latía con fuerza. Miré el reloj en la mesilla: “Las cuatro y veinte”. Me dije a mí mismo que solo había sido una pesadilla. Cerré los ojos, tratando de calmarme, y poco a poco, el sueño me envolvió de nuevo. Pero el eco de esa extraña habitación seguía acechando en algún rincón de mi mente.


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