Buscaba alguien que no fuera como todos, alguien que le hiciera sentir lo que ninguno había conseguido nunca. Tenía la sensación de que esta noche iba a ser diferente, que por fin iba a ser la noche.
Se maquilló la cara, se arregló el pelo y se vistió con su mejor vestido. Cuando se miró en el espejo, vio en ella una chica que no conocía. Se sintió una extraña en su propia piel. Pensó que quizás, tras tanta búsqueda, nunca encontraría al hombre perfecto. Así que decidió despojarse de todo aquello. Se quitó el maquillaje, se cambió de ropa por unos harapos cómodos y recogió su pelo en una cola alta, como siempre lo hacía.
Se volvió a mirar al espejo. “Ahora sí”, se dijo, sintiendo una mezcla de alivio y determinación. Entonces, colocó una mochila en su espalda, echó en ella las llaves y sacó algo de dinero del colchón.
Cuando salió de su casa, su amiga ya la esperaba abajo, con una sonrisa de oreja a oreja. Iba preciosa, con unos pendientes que destacaban sobre su rostro, y su cabello dorado brillaba como si fuera oro. Su vestido de fiesta, aunque a ella no le gustaba mucho, le sentaba como un pincel. Sus ojos grises hacían juego con su personalidad tranquila y risueña. Ella, en sí, era increíble.
En ese momento, se dio cuenta de que no necesitaba buscar más; la persona perfecta estaba justo delante de ella.
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