FIRST LOVE
(Historias de la calle Córcega)
¡No!
No voy a dejar que desaparezcas por segunda vez; ésta entre las brumas del olvido definitivo que ha de acontecer. Aún sigues ahí, en un lugar recóndito, tienes vida y latido, te mueves y caminas como entonces, ah... y tienes esa misma edad, esa inocencia condensada en tus rizos, en tu mirada inocente, en tu piel blanca, en tus pecas: sigues clavada en mis pupilas, como se ve en realidad, boca abajo, invertida, hasta que el cerebro te devuelve al espacio real que ocupas.
Desde que te descubrí, te espero cada día no como una necesidad obsesiva, sino como el reloj de pared con su cadencia basculante ve llegar el punto y cuenta los latidos con su sonoridad alegre.
Desde la puerta del negocio de mi padre observo, con un malesbozado disimulo, tus pasos en dirección a la puerta de entrada del edificio de tu casa. Caminas despacio. Llevas al hombro tu cartera escolar. Tu cabello pelirrojo se distingue entre todos los demás; largo y rizoso besa firmemente tus hombros altos y finos. A tu lado viene de mal grado tu hermano pequeño, díscolo, como yo. Por eso, porque el rebelde que soy yo, no se apaga, me incomoda tu uniforme escolar: tu falda a cuadros, los calcetines que casi alcanzan las rodillas, la rebeca azul, la blusa abotonada hasta el cuello, los zapatitos lustrosos. Tú me echas una mirada tímida, rápida. Lo haces cada día. Rápida es un instante fijo, absorbente y escrutador. ¿Puede ser lo fugaz tan permanente, un espacio corto y largo a la vez?
Seguramente me ves como un ser extraño, un objeto que no debiera estar ahí, que te descubre otras realidades que no te son familiares, extranjeras a tu reglamentada vida de familia bien, que sin inquietarte, te causa un rubor que asalta tus blancas mejillas salpicadas de diminutas pecas. Rompe tus esquemas. Mis adolescentes cabellos largos sobre los hombros, cayendo desde la línea media que divide en dos hemisferios la cabeza. Los vaqueros ajustados por fuerza han de sobresaltar la serena placidez de tus convicciones tradicionales. Y mi delgada figura expectativa, silenciosa.
Sin palabras, nuestra adolescencia se fue difuminando en un encuentro que nunca se produjo.
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